La cúpula católica en Bolivia está más que asustada. Lo está porque sabe que los seguidores del fundamentalista Benedicto XVI son cada vez menos por estas tierras y porque bajo la nueva Constitución se les acabó aquel monopolio secundado por el Estado. Ahora deberán batirse de igual a igual con las denominaciones protestantes. Y esa es una guerra que ya están perdiendo. Basta recorrer los barrios más populares de La Paz y El Alto para comprobar que las sectas evangélicas crecen como cucarachas, restandole fieles. Ya sea en garajes o en locales lujosos, acompañados por ritmos metaleros o cumbieros, el mensaje de estas agrupaciones —que hábilmente se centra en los problemas cotidianos y actuales de la gente— ha derrotado la vetusta perorata que defiende el Vaticano hace siglos. Desesperadas, las autoridades eclesiales bolivianas acaban de lanzar la campaña "Discípulo misionero: escucha, aprende y anuncia". Al mejor estilo mormón, este plan prevé lanzar a las calles a los laicos católicos. La idea es que vayan puerta por puerta captando (recuperando) fieles para que ofrenden en la misa dominical. Basta saber si también venderán revistitas al estilo Atalaya. ¿Qué ropita vestirán? ¿Irán con sotana por las calles?
Por mi parte, esperaré la llegada de estos cruzados contemporáneos, allí en Chasquipampa. Tengo algunas preguntitas que espero lleguen a los tapados oídos del Cardenal y sus amiguitos. ¿Por qué ocupan tanto tiempo en elaborar mensajes políticos? ¿Será que van a formar su partidín? ¿Por qué no gastan su tiempo en evitar que sus curitas se dedican a violar niños y niñas? ¿Cuándo pedirán perdón a los latinoamericanos por haber apoyado a las dictaduras?
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