Que emocionó a genios como Picasso o Pollock..., a nadie conmueve ya.
Que es considerada fuera de nuestras fronteras como la más grande escultora boliviana del siglo XX..., a nadie le apasiona ya.
Que su Casa Museo —aquella que entregó como patrimonio a todos los paceños— se hunde en la penumbra..., a nadie inquieta ya.
Marina Núñez del Prado habita el olvido, señores. La estamos enterrando por segunda vez.
Sus obras son devoradas por las sombras de esa Casa Museo de Sopocachi que, deteriorada, lleva bajo candado siete largos años.
En los años 90 enterramos su cuerpo y a 100 años de su nacimiento estamos sepultando también su memoria. Y la sepultamos todos. Desde los custodios de su patrimonio que permitieron que el silencio se apodere de su legado. La soterran también las autoridades municipales que con la excusa de que la Fundación Núñez del Prado es privada mezquinan recursos para rehabilitar aquel edificio que atesora el trabajo de la artista.
La hundimos los ciudadanos, aquellos que no gritamos este crimen. La sepultamos tu y yo.
Que duro y que difícil vivir bajo la sombra de un grande. Dios me libre de que algún genio me herede su legado, para convertirme en esclavo de una labor infinita.
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