
Comencé mi travesía por las iglesias católicas, pero estaban atiborradas de candidatos a las elecciones generales de diciembre. ¿Qué pensará el Santísimo al verlos allí? ¡Taaan santitos que se ven los pobres querubines! Me acomodé en la última fila, tratando de esquivar las banderas proselitistas y a sus seguidores. De rato en rato creí escuchar salir desde el púlpito mensajes políticos. Y como a mí la política me provoca alergias, al igual que sus camaleónicos personajes, decidí persignarme y salir rajando.
Me dije: “Man, la moda manda”. Y si de fashion se trata, pues allí están las agrupaciones evangélicas. Mucho más modernas, con trato personalizado, con sus bandas de música, sus pasitos divinos y su gente “bien”.
Claro, más que buscarlos a ellos, ellos me encontraron. Porque están por todas partes, en especial allí donde la Santa Madre Iglesia ha decidido no estar: zonas populares como la Buenos Aires y la Garita de Lima o barrios periurbanos como Ovejuyo, donde se alzan hasta cuatro sectas distintas en una sola avenida, todas en locales comerciales (por qué será, ¿no?).
Visité a Los Profetas del Nuevo Judá, la Iglesia de los Ángeles del Yetsemaní y la Legión del Jericó Andino. En una semana mi búsqueda de salvación me llevó a la ruina. “Agua bendita del Jordán para lavar el alma”, $us 50; “Astilla de la cruz para pinchar los malos pensamientos”, $us 20; “Diezmo y ofrenda para que la palabra de Dios ilumine la oscuridad en Papúa Nueva Guinea”, Bs 100...
Ni modo —concluí— si los pobres ya estamos destinados a poblar los terruños de Supay, entonces pecaremos nomás.
*Javier Badani Ruiz,es periodista y pecador.
Publicado en la Columna sindical de La Razón
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