Jàuregui, tras el fusilamiento |
No existe en la historia boliviana del siglo XX una muerte que haya trastocado tanto al país como lo hizo el fallecimiento del general José Manuel Pando. Nadie sospechaba entonces que el misterioso deceso del ex Presidente, en 1917, terminaría con la caída del gobierno liberal, el autoexilio de figuras de la política y el fusilamiento de Alfredo Jáuregui, 10 años después de que el cuerpo de Pando fuera hallado sin vida en un barranco de El Kenko.
¿Fue la muerte del general consecuencia de un premeditado crimen o de un fortuito accidente? Ésa fue la pregunta que dividió al país durante una década, tiempo que duró el proceso judicial, uno de los más largos de la historia boliviana y que fue salpicado por el cálculo político de liberales y republicanos. Los primeros —en el poder— apuntaban a un accidental embarrancamiento, teoría que fue ratificada por la primera sentencia judicial. Sin embargo, los opositores —a cuya facción se había sumado Pando, ya jubilado de la política— aseguraban que los dirigentes liberales planificaron un asesinato. El caso se reabrió con la sorpresiva irrupción de nuevos testigos y culminó durante el gobierno de los republicanos con el fusilamiento de Jáuregui, uno de los cuatro sentenciados a muerte por el supuesto crimen. El condenado no había cumplido los 20 años cuando Pando fue hallado muerto.
Durante los 10 años que duró el proceso surgieron hechos y personajes dignos de una novela. Así lo comprueba el lector al hojear las páginas de La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui, del historiador Mariano Baptista Gumucio. Se trata de una de las aproximaciones más completas que se han publicado hasta la fecha sobre este polémico caso. Una de las virtudes del libro se centra en la posibilidad que se brinda al lector de retroceder hasta aquellos años, a través de la lectura de las notas y crónicas de prensa, tanto de los medios afines al gobierno liberal como los de los de oposición. Además de los artículos de opinión, los documentos oficiales y fragmentos de diversos libros que, posteriormente, surgieron sobre la muerte del ex Mandatario boliviano (1899-1904).
Destaca, asimismo, el intento de Baptista por brindar, en la primera parte de la obra, un pantallazo sobre el contexto político, económico y social de la Bolivia de comienzos del siglo XX, aporte vital para lograr comprender el por qué de los sucesos que se dieron entre 1917 y 1927. Esto se logra con breves biografías de las figuras políticas de la época que fueron protagonistas del caso, realizadas por destacados historiadores y escritores del siglo XX como Luis S. Crespo, Manuel Rigoberto Paredes y Alfredo Rodas. A ellos se suman los textos de familiares y funcionarios próximos a las autoridades que desnudan, en suma, las sombras y luces de aquellos líderes políticos.
Muere un inocente
“Voy a morir. El crimen que se va a cometer lo soporto sereno y me remito a Dios, que es testigo de todos mis actos. El espíritu del general Pando está aquí presente y si pudiera hablar diría: ‘retírenlo del patíbulo, este no es mi asesino’”. Estas fueron las últimas palabras de Jáuregui antes de morir fusilado. Su voz se hace texto en las crónicas de prensa de aquel 6 de febrero de 1927. Y así, el libro de Baptista está plagado de párrafos que devuelven a la vida a los personajes de este caso. Conmueve la crónica que narra el sorteo que definió quién de los cuatro sentenciados terminaría en el patíbulo. Se hizo a través de bolillos: tres blancos y uno negro. Éste último selló el destino fatal de Jáuregui. “La expectación del público es más intensa porque la suerte sólo tiene que decidirse entre Choque y Jáuregui”, se lee en la parte culminante de la nota. “Choque parece el predestinado y con horrible mueca indescriptible se aproxima al ánfora con emoción y saca el tercer bolillo blanco. Lo levanta en alto y lo enseña al público con una alegría de niño”, concluye.
No fue hasta 1978 que se supo la verdad sobre la muerte de Pando, gracias a la confesión, en su lecho de muerte, que uno de los sentenciados realizó a uno de los descendientes del general. El militar había fallecido por causas naturales en el hogar de los Jáuregui, donde se había detenido para descansar del viaje a caballo que realizaba desde su hacienda hasta La Paz. Asustados, e influenciados por el alcohol, los sindicados decidieron lanzar el cuerpo a un barranco de El Kenko.
* Texto publicado en Tendencias
Buenas tardes Javier:
ResponderEliminarTe escribo de mucho tiempo, precisamente por la nota que publicaste el domingo en La Razón, que por cierto me pareció muy interesante.
Quería consultarte porfavor dónde fue que encontraste el Libro de Baptista, para poder acceder al mismo, particularmente por el interés que me ha despertado su contenido.
Esperando una respuesta afirmativa me despido atentamente.
Alan E. Vargas Lima