jueves, julio 21

CUANDO EL SILENCIO DUELE

Este silencio duele. Son las 23.00 y tirado en mi colchón sin catre siento que el mutismo de estas cuatro paredes terminará por engullir todo razonamiento.
Paredes...; ¿siempre quise saber que se esconde detrás de estas masas de polvo y cemento? Dominado por la curiosidad, repetidas veces he intentado penetrar con los dedos su porosa piel e internarme en su cosmos; pero nunca lo logré. 
Acabo de mudarme a un garzonier de la Tejada Sorzano. La renta incluye cable, pero no tengo televisor ni tampoco una radio. No hay murmullos en este departamento ni muebles donde guardarlos.
Y de pronto, acosado por este silencio, añoro los ruidos infantiles de mis peques: Natalia y Kassandra. De rato en rato cierro los ojos para intentar atrapar sus carcajadas y berrinches e inyectarlos luego a estos muros sin vida; pero es inutil, se oyen tan lejanos...
En cambio estoy aprendiendo a disfrutar sonidos que pasaban casi inadvertidos en mi cotidianidad y que hoy se amplifican bajo estos muros. Por ejemplo, el lamento del tabaco cuando mis labios  arrebatan la vida a los cigarrillos. O la caricia de las cerdas de las escobas de las barrenderas en la calle. 
"El ser humano es un animal de costumbres", intento convencerme. Y por ahora me toca aprender a convivir con este silencio que duele.

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