El arte boliviano tiene una dinastía, los Lara, que se consolidó en el Salón Murillo 2010. Fabricio Lara Saravia (40) conquistó ese año el Gran Premio del certamen con la pintura Derrame I. Y su tío, Raúl Lara Tórrez (70), se hizo del galardón Obra de una Vida. Hoy, Raúl ha dejado trunco el lienzo de su vida. Pudo más el cáncer que su veta creadora. El maestro murió en Cochabamba.
La tradición creadora de esta familia originaria de Oruro es harto conocida y tiene como eje e impulsor a Gustavo Lara Tórrez (76), padre de Fabricio y hermano de Raúl. Bastó una improvisada clase de dibujo de Gustavo para que Raúl quedara —a los 11 años— prendado del lápiz y del pincel. El orureño, que nació y se crió en la mina San José residido un cuarto de siglo en Argentina. Despertado al arte por su hermano Gustavo, le siguió, siendo un adolescente, a Jujuy. Fue allá y en Buenos Aires donde se formó como artista, integrándose a lo largo de esos años en diversas asociaciones y talleres en los que no cesó de aprender.
Raúl Lara, que fue parte del grupo Espartaco de la capital bonaerense, ha constituido su obra en una de las más importantes de la plástica boliviana.
Poco rememoro de la primera y única vez que lo entrevisté, durante mis primeros años como periodista. Fue en la Galería Nota y recuerdo que encontré al maestro refunfuñando por la forma en que habían dispuesto una de sus obras de su exposición.
Con todo, me quedo con las palabras que Margarita Vila escribió en su honor. "En el agitado mar del arte contemporáneo, la pintura de Raúl Lara es un puerto seguro al que amarrar la barca del juicio artístico, al no dejarse zarandear ni por la avidez vacua de lo "nuevo", ni por los complejos de inferioridad ante la ciencia o la tecnología que padecen algunos artistas en nuestros días. (...) En los lienzos que nos obsequia, una paleta exuberante de azules y rosados se combina con un dibujo que se vuelve, a voluntad del artista, firme y preciso cuando nuestra lo tangible de la realidad conocida o delicada y evanescente en sus criaturas más tiernas. Se trata de una obra indisolublemente boliviana en el color de sus fiestas y en el contraste entre éstas y la dureza de la vida cotidiana".
* Fotos de La Razón
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