martes, octubre 25

ALFONSINA SE ENTREGA AL MAR

"Suéñame, que me hace falta. Te escribo tan sólo para que veas que te quiero"... Alfonsina se despide del universo. Lo hace a través de una carta destinada a su hijo, Alejandro. Es la tarde del 25 de octubre de 1938. Al anochecer, Alfonsina Storni entregará su debilitado cuerpo -devastado por el cáncer- al mar. Las olas se llevarán aquellos secretos que los suicidas atesoran a la hora de su muerte (¿acaso no es también la poesía un lento suicidio?).

Mi primer encuentro con la poeta argentina fue a finales de los años 90. Paola, una "guerrillera" de Bellas Artes me había regalado en una servilleta del Café Humanista de la c. Ingavi unos versos que, tiempo después, descubrí pertenecían a esa mujer cuyo trabajo había sido ninguneado por Borges.  

Soy un alma desnuda en estos versos,
alma desnuda que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
que puede ser un lirio, una violeta,
un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
y ruge cuando está sobre los mares
y duerme dulcemente en una grieta

En 1935 Alfonsina perdió el seno derecho tras ser diagnosticada con cáncer mamario. La amputación la hundió en la depresión y se aisló de sus amistades. Comenzó entonces una vida en solitario y su estado de ánimo empeoró cuando, al cabo de poco tiempo, se dio cuenta que el mal se había extendido y que no había cura posible. La morfina aliviaba sus dolores físicos, pero no los del espíritu. Los dolores eran terribles, demasiado para Alfonsina.
Cinco días antes de su muerte, Storni envió al periódico La Nación su último poema, Voy a dormir. Lo escribió en el mismo hotel de Mar de Plata donde un día como hoy, hace 73 años, se había despedido de su hijo con una conmovedora carta. Alfonsina decidió acabar con el dolor, lanzando a la mar esa vida llena de poesía.

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos encardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste:
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...




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