miércoles, noviembre 9

20 PREGUNTAS A GIOVANNA RIVERO

1. ¿Escribir sobre lo público o lo privado?
Ambos, y como consecuencia. Al escribir sobre lo privado –un hombre lleno de deudas tomándose una cerveza en un bar al que también acuden fantasmas­– estás narrando sobre lo público. Aunque el camino en viceversa no me convence tanto. Primero lo privado.
2. ¿Escribir de día o de noche?
Depende del ciclo de la vida. Ahora estoy haciendo un doctorado, escribo de día o de noche, cuando puedo, contra viento y marea. En vacaciones me pongo vampírica y solo escribo de noche.
3. ¿Cuál es la obra literaria más sobrevalorada?
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Y no porque no sea buena, fundacional, sino por la sobreexplotación que se ha hecho de ella, al punto de asentar todo un continente en su propuesta estética, en su universo, de una manera excluyente, endógena.

 
4. ¿Y la injustificadamente olvidada?
Creo que el mundo debería conocer con amplitud a Augusto Céspedes, escritor boliviano del siglo XX que apreciarían muchísimos lectores. Su narrativa ilumina la, a veces incomprensible, historia boliviana sin perder de vista la singularidad del ser humano.
5. ¿La obra maestra que nunca ha leído y quizá ha dicho que sí?
Ulises, de James Joyce. Disfruté Dublineses, del mismo autor, pero creo que no nací para el Ulises. Es así, una pena. Me expulsa.
6. ¿Cuál es el secreto literario mejor guardado?
Los poetas suelen ser los más recónditos. Bolivia tiene unos cuantos de estos secretos rebeldes, por ejemplo Gabriel Chávez Casazola. Y en narrativa, un secreto boliviano interesante es Juan Pablo Piñeiro, creador de un gótico andino súper vanguardista.
Voy con una sed de años a Guadalajara a beber de las narrativas de los escritores convocados, a conocer sus verdades literarias. No me interesa hacer otra jerarquía.
7. ¿Hace daño el culto al escritor?
Sí. El ego es un monstruito con un hambre descomunal, y el culto es un estimulante de ese apetito. La contraparte es la soledad. Una buena dosis de soledad es saludable para escribir. De la buena soledad.
8. ¿Cómo reaccionaría si descubriera miles de copias piratas de sus libros en el mercado negro?
Depende de en qué lugar, para tomarlo como un buen síntoma o una burla a mi magra cuenta bancaria. El mercado no es el sustituto del Gran Relato, hay especificidades sociales a tomar en cuenta. Si pasa esto en Canadá, me tomo una buena copa de vino.
9. ¿El Estado debe pagar para que los escritores escriban?
El Estado debe crear instancias para que la escritura no sea una excentricidad y una apuesta casi suicida. México es un ejemplo de cómo el Estado puede generar espacios, instituciones, becas, redes que ofrecen alternativas para el joven escritor. El Estado está en la obligación de apoyar esta producción, así como se apoya el deporte, y debe hacerlo sin instrumentalizar la literatura, con respeto absoluto por el arte. En Bolivia tenemos un vacío tremendo al respecto. No digo que el escritor merezca un trato especial, pero el proceso de producción y su difusión precisan de estructuras más benévolas. Ahí está el “piense” y la intuición de una sociedad.
10. ¿La “escritura creativa” puede aprenderse en un taller?
No lo creo. La literatura es un camino de búsqueda demasiado personal, y las zonas de oscuridad son necesarias. La soledad es fundamental. Sin embargo, los talleres cubren otras necesidades creativas importantísimas, como la retroalimentación, la presencia de lectores especiales, el “ensayo” de la publicación, la entrega pública de lo que es íntimo. Además, un taller puede ayudar a que el escritor se organice, ilumine lo que ya sabía, cuestione y fructifique lo que lee. Pero escribir es algo que haces solo, con tus propias piernas, como la iniciación en la bicicleta sin rueditas laterales de los siete años.
11. ¿Qué es un best-seller?
Un libro que cuenta la historia adecuada en el tiempo correcto a los lectores inmediatos y con la orquesta perfecta. Alquimia de tiempo y espacio y buena publicidad. Ahora, ojo, hay excelentes libros disfrazados de best-sellers. Un best-seller es también un deseo vergonzoso que uno no se atreve a formular en voz alta.
12. ¿Qué hábito envidia de otro escritor?
La verdad, ninguno. Eso sería envidiar la vida de otro escritor. Abrazo mi vida imperfecta y mis hábitos deformes. Confieso, sí, que me gustaría poder tener más tiempo para escribir en espacios públicos, en cafés, rodeada de gente y conversaciones ajenas en las que me infiltre con disimulado impudor.
13. ¿Qué eslogan propondría para una campaña nacional de lectura?
“Leer o morir (de aburrimiento)”. Aunque quizás tendría que añadir una enmienda para no imitar esa horrible ley de la academia gringa: publish or perish. El eslogan tendría entonces que estar más acorde con los lectores indignados y con un deje de Revolución Francesa: “Leer por dignidad, leer por amor, leer por libertad”.
14. ¿Si fuera libro cuál sería?
Frankie y la boda, de Carson McCullers. Sería Frankie, sería el padre, sería el árbol, la nana, todo.
15. ¿Cuál fue el primer libro que robó o debió haber robado?
Me robé A sangre fría, de Truman Capote. Y lo hice a sangre fría, sin una lágrima en el corazón. Tenía 20 años, cuando eres una hermosa delincuente.
16. ¿Raya los libros?
No. Confío en la memoria sentimental.
17. ¿Con qué cliché literario se (le) identifica?
No me parezco en nada, pero me gusta la imagen de una Virginia Woolf neurótica, freak, viendo en las criadas la encarnación de la extrañeza. A veces el mundo se me hace eso, una cosa enorme extraña con poca cabida para mí, pero al mismo tiempo ansiándome. Una rara pulsión sexual.
18. Si estuviera en su poder ser obedecido como gobernante, ¿qué regla le impondría a los ciudadanos?
Me cuesta un poco esta pregunta porque no me atrae eso de imponer ley, decreto o regla. Creo que lo mío es el reino de la ficción y ahí sí valen tanto la anarquía como la sumisión. Pero veamos, ¿qué esperaría de mi pueblo?, que cada generación se haga cargo de lo que le toca, sin pasar la bola. Eso diría: “¡Prohibido pasarse la bola!”
19. ¿Qué muerte célebre, de algún personaje real o de ficción, le gustaría tener?
Una muerte de opio no estaría mal, onda Cleopatra. O una súbita, tipo Bruce Lee.
20. Si este es su último aliento, ¿cuáles son sus últimas palabras?
Creo que la creatividad de la muerte es de la muerte. Por ahora se me ocurre pedirme prestadas las palabras de Oscar Wilde: “Muero como he vivido, por encima de mis posibilidades” (esto lo encontré en Google), claro. Ya se las devolveré al otro lado.

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