viernes, febrero 22

ME RECONOZCO Y ME AVERGÜENZO


-¡Dos chicas había tenido éste!-

La única recompensa que le encuentro a ser un perseverante cliente de los minibuses públicos es que siempre termino enterándote intimidades ajenas.

-Un bandido tu hijooo… ¡Bien, pues! De grande no va a sufrir- 

Es aquí, sobre estas latas de cuatro ruedas, donde se cocina la auténtica sociología; donde, aunque no me guste, puedo reconocerme y reconocerte.

-Sí, pues; mujer nuuunca le va a faltar a éste-


“Éste” no pasa los 9 años. Tiene los mocos secos y sólo atina a mostrar los dientes cariados mientras su madre infla el pecho por tener en su regazo a todo un “macho”.


Mientras observo a “Este” jalando a escondidas las pichicas de la que parece ser su hermana, no puedo dejar de imaginar que, de aquí en más, toda niña, adolescente o mujer que pase por su vida no dejará de ser para él un cuerpo predestinado a ser parte de una propiedad privada con pene. Es decir que, bajo la aquiescencia de una mujer (su madre), “Este” ya está reproduciendo hábitos y acciones que tienen un solo cause: la violencia hacia la mujer. Y no me refiero al concepto físico de violencia, sino a esa violencia apañada socialmente que es la de la sumisión. 

Los grupos humanos somos grupos culturales; y por ende la cultura influye tanto en el tipo como en el grado de nuestro comportamiento. Y al ser cultural, dicho comportamiento es harto difícil de modificar. ¿Acaso no aplaudimos el paso del ch’uta paceño durante el Carnaval. Allí está haciendo girar como trompos a las dos cholas que están a su lado. Y así reafirma el orgullo de ser un "cholero", bailando en comparsas como “Lo papis broncos y sus lindas palomitas 0 Kilómetros” o los “Elegantes Chutas Choleros y sus lindas Bellezas tipo Holandés”. 

¿Acaso no celebramos colectivamente el tener a un cantante rodeado de semidesnudas jovencitas que compiten entre ellas por salir en el encuadre de la cámara mostrando sus curvilíneos culos? ¿No nos quedamos imperturbables observando a la “representante del país” taconeando sobre una pasarela en pos de una corona de belleza? Y claro, de allí se activa uno de los mecanismos de grupo que da lugar el “aprendizaje” y la evolución de la personalidad: la imitación. De pronto la chica-adorno aparece desde el noticiero, pasando por el escritorio de secretaria, hasta en la publicidad de muebles de cuero. Y entre todos, hombres y mujeres -los que fantaseamos con tener ese figurín en nuestra cama y las que anhelan con conseguir esa cinturita- vamos reforzando la idea de que la mujer es sólo un cuerpo para el goce más primitivo. Y al ser sólo piel, ¿qué tipo de respeto puede germinar? 

Me reconozco reproductor de esa lógica perversa que viene cobrando la vida de millares de mujeres bolivianas; ellas, que de la sumisión pasaron a engrosar la larga lista de víctimas de la violencia de género. Me reconozco amplificador de esos hábitos machistas que implican que la mujer sea tratada como mercancía. Reconozco que, ahogado en alcohol, he causado dolor a más de una mujer. Reconozco que mi país es feminicida, que está enfermo y que la cura de su mal no saldrá tan sólo desde los articulados de una Ley. Que su enfermedad está enraizada en la médula de quienes hacemos sociedad.

Me reconozco, te reconozco y me avergüenzo: porque ya nuestra piel no se estremece como antes lo hacía al escuchar sobre el maltrato hacia una mujer. Porque de ser tan común, esa noticia parece diluirse en la vorágine de datos que nuestro cerebro almacena. 

Avergüenza que sólo cuando todos los medios de comunicación al unísono lamentan el crimen de una colega despertemos del letargo y levantamos la voz, olvidando que día a día mueren y son violadas mujeres bolivianas. No hay marchas ni titulares para ellas.


Sí, me reconozco en ese niño de aquel minibús y te reconozco en su madre y en su interlocutora. Ellos son el “yo espejo”, un espejo que refleja la cara que no queremos reconocer.



1 comentario:

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