Mientras lees estas líneas hay manos que están reinterpretando la historia desde internet. Y no se trata de expertos investigadores, sino de ciudadanas y ciudadanos comunes y corrientes que de forma colaborativa están enriqueciendo -y hasta retando- la construcción historiográfica. Y esto es un hecho que merece ser celebrado.
Convengamos, para comenzar, que no existen verdades históricas. Hay hechos que se van sucediendo y que desatan un sin fin de interpretaciones que –al final- son el resultado de miradas, realidades y conveniencias propias: individuales y colectivas. Y en eso el bigotón Nietzsche la tenía bien clara: “No hay hechos, hay interpretaciones”, decía. Es decir que no hay verdades, sino puntos de vista sobre un hecho en concreto. Pero, claro, al final siempre termina imponiéndose una visión de los hechos que, a la larga, es asumida por la gran mayoría como una verdad absoluta. Sucede así con mucho de la “historia oficial” que nos ha sido transmitida desde la escuela. Se trata de una biografía de nación que -en la mayoría de sus páginas- está impregnada de patriotismo y exaltación de la identidad nacional. Una historia que ha sido escrita dejando de lado muchos acontecimientos: ya por conveniencia, ya por la imposibilidad de reflejar en un solo documento la inmensa magnitud de eventos que han formado un hecho histórico.
Convengamos, para comenzar, que no existen verdades históricas. Hay hechos que se van sucediendo y que desatan un sin fin de interpretaciones que –al final- son el resultado de miradas, realidades y conveniencias propias: individuales y colectivas. Y en eso el bigotón Nietzsche la tenía bien clara: “No hay hechos, hay interpretaciones”, decía. Es decir que no hay verdades, sino puntos de vista sobre un hecho en concreto. Pero, claro, al final siempre termina imponiéndose una visión de los hechos que, a la larga, es asumida por la gran mayoría como una verdad absoluta. Sucede así con mucho de la “historia oficial” que nos ha sido transmitida desde la escuela. Se trata de una biografía de nación que -en la mayoría de sus páginas- está impregnada de patriotismo y exaltación de la identidad nacional. Una historia que ha sido escrita dejando de lado muchos acontecimientos: ya por conveniencia, ya por la imposibilidad de reflejar en un solo documento la inmensa magnitud de eventos que han formado un hecho histórico.
Y así, por ejemplo, al hacer un recuento de la historia que se nos ha narrado desde las aulas sobre nuestra relación con nuestros vecinos, resulta que los héroes siempre están de nuestro lado y los malos siempre terminan fuera de nuestras fronteras. Esta manera de entender nuestro pasado nos priva de un sentido crítico hacia los actos de los protagonistas que –bien o mal- moldearon el sino nacional. De esta manera el panorama se achica a la hora de intentar comprender los procesos que afectaron -y aún hoy marcan- a nuestro país.
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La verdad de la milanesa es que muy poco es lo que el común de los bolivianos y paraguayos conocemos sobre los hechos que se sucedieron durante esos años de furia. Es por ello que se debe valorar la existencia de grupos como Memorias de la Guerra del Chaco (Paraguay, con 27.000 miembros) y Aprendiendo de la Guerra del Chaco (Bolivia, con 4.400 seguidores). Es en estos dos espacios que cotidianamente se revelan datos y hechos que sin duda alguna permiten tener una mirada más amplia de los prolegómenos, desarrollo y clímax de aquella confrontación.
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Que importante es escuchar otras voces, leer una diversidad de puntos de vista sobre nuestro andar histórico. La historia no debe ser es un lecho de rosas, sino un disparador de interpretaciones que nos invite a debatir nuestra responsabilidad en la construcción de país.
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