El destino reúne a seis personajes variopintos en la sala 501 del Hospital Obrero. Cinco de ellos pasan el medio siglo de vida. Y es allí donde la amistad se transforma en una herramienta de sanación. Ese, a grandes rasgos, es el argumento de Hospital Obrero, película de Germán Monje. El guión pertenece a este joven realizador y a Juan Pablo Piñeiro (guionista de Sena/Quina).
Escribo estas palabras no como crítico de cine, porque no tengo el conocimiento requerido para igualar a un experto en cinematografía. Escribo como un simple espectador más.
Y como tal debo confesar que desde mi butaca me impresionó la actitud que muestran en el filme el jubilado del magisterio Omar Duranboger (protagonista, en el papel de Pedro Murillo), el taxista Carlos Andrade (El Profe, ex entrenador de fútbol), el jubilado bancario Antonio Mendieta (Wálter Paco) y el operador de radiotaxi Martín Joffré (El Camba). Todos ellos pasan los 50 años de vida y se estrenan con este trabajo en el arte escénico, a excepción de Mendieta (El corazón de Jesús). Las debilidades actorales características de la falta de experiencia son superadas por el empeño que estos hombres pusieron en el set. De todos ellos, me quedo con la actuación de Duranboger y de Andrade.
Desde mi butaca también quedé sorprendido por el trabajo en fotografía del filme, donde destacan las vistas en blanco y negro de los recovecos del Hospital Obrero, de las laderas de La Paz y de aquel Illimani que de tanto verlo a veces deja de ser admirado por los propios paceños. La música realizada por la agrupación Reverso también debe ser aplaudida y disfrutada a través del CD que fue lanzado.
El problema radica en el guión. Ninguno de los personajes llega a consolidarse en el imaginario del espectador, y es —desde mi punto de vista— debido a esta debilidad. El kallawaya y del funcionario bancario, por ejemplo, quedan como un simple accesorio (¿Qué pasa con Wálter Paco... vuelve su mujer, muere él?). Y así, la historia de la mayoría de los personajes no tiene resolución. El Camba parece una caricatura del verdadero habitante del oriente. La riqueza del lenguaje criollo de los paceños de la tercera edad brilla por su ausencia. El juego del rompecabezas para desarrollar las escenas del filme se hacen a ratos confuso. La reconciliación al final de la película de El Camba con su hija (Soledad Ardaya) —la que trabaja en el hospital— no convence ni conmueve, primordialmente por que este proceso es violento —luego de 30 años de resentimiento, un dibujo hecho por ella de niña rompe como arte de magia el rencor hacia el padre que la abandonó— y porque se optó por utilizar un plano general, antes de primeros planos de los protagonistas, lo que le quitó emoción a la escena.
Escribo estas palabras no como crítico de cine, porque no tengo el conocimiento requerido para igualar a un experto en cinematografía. Escribo como un simple espectador más.
Y como tal debo confesar que desde mi butaca me impresionó la actitud que muestran en el filme el jubilado del magisterio Omar Duranboger (protagonista, en el papel de Pedro Murillo), el taxista Carlos Andrade (El Profe, ex entrenador de fútbol), el jubilado bancario Antonio Mendieta (Wálter Paco) y el operador de radiotaxi Martín Joffré (El Camba). Todos ellos pasan los 50 años de vida y se estrenan con este trabajo en el arte escénico, a excepción de Mendieta (El corazón de Jesús). Las debilidades actorales características de la falta de experiencia son superadas por el empeño que estos hombres pusieron en el set. De todos ellos, me quedo con la actuación de Duranboger y de Andrade.
Desde mi butaca también quedé sorprendido por el trabajo en fotografía del filme, donde destacan las vistas en blanco y negro de los recovecos del Hospital Obrero, de las laderas de La Paz y de aquel Illimani que de tanto verlo a veces deja de ser admirado por los propios paceños. La música realizada por la agrupación Reverso también debe ser aplaudida y disfrutada a través del CD que fue lanzado.
El problema radica en el guión. Ninguno de los personajes llega a consolidarse en el imaginario del espectador, y es —desde mi punto de vista— debido a esta debilidad. El kallawaya y del funcionario bancario, por ejemplo, quedan como un simple accesorio (¿Qué pasa con Wálter Paco... vuelve su mujer, muere él?). Y así, la historia de la mayoría de los personajes no tiene resolución. El Camba parece una caricatura del verdadero habitante del oriente. La riqueza del lenguaje criollo de los paceños de la tercera edad brilla por su ausencia. El juego del rompecabezas para desarrollar las escenas del filme se hacen a ratos confuso. La reconciliación al final de la película de El Camba con su hija (Soledad Ardaya) —la que trabaja en el hospital— no convence ni conmueve, primordialmente por que este proceso es violento —luego de 30 años de resentimiento, un dibujo hecho por ella de niña rompe como arte de magia el rencor hacia el padre que la abandonó— y porque se optó por utilizar un plano general, antes de primeros planos de los protagonistas, lo que le quitó emoción a la escena.
Y también están las ausencias: ¿Dónde está aquella enfermera característica de los hospitales, de carácter fuerte y que lidia con destreza con los pacientes?, por ejemplo.
A pesar de ello, Hospital Obrero es una película que hay que ver. Y para quedar sorprendido por aquellos personajes cotidianos de La Paz que cuentan con un talento innato para la actuación y con una La Paz que seguro no tiene par en el mundo.
Es obio que hay dos roles o papeles protagónicos; el resto de los personajes son complementarios o secundarios. La película ahonda en los dos personajes más notables del film, me parece que la película es suficientemente completa en cuanto a la historia y la experiencia de entrar a un centro de salud en una edad avanzada.
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