“No hablar es
una forma de hablar; callar es seguir hablando”, decía Jean Paul Sartre al
referirse a aquellos escritores que “acallan” su pluma para evitar caer mal. Y
me pregunto qué es lo que transmite el silencio de nuestros intelectuales, el
silencio de nuestros académicos, el silencio de nuestros creadores…; nuestro
silencio.
Convengamos
que, nos guste o no, nos ha tocado vivir una etapa trascendental. Para bien o
para mal se está escribiendo una parte vital de nuestra historia. Mejor dicho: la
estamos bebiendo pero no la estamos masticando. Y es que este proceso político
y social, con sus luces y sombras, no haya mayor eco desde la producción
científica del pensamiento ni desde la creación artística. Es como si, en
realidad, nada estuviese pasando.
Nadie puede
permanecer ajeno a este mundo. Peor aún aquellos que por una moral ética
profesional están llamados a reflexionar sobre los sucesos que nos afectan como
sociedad. ¿Dónde están los análisis del nuevo Estado de decenas de cientistas
políticos que se graduan cada año de las universidades? ¿Dónde escuchamos las
reflexiones de los flamantes sociólogos sobre la construcción de lo
Plurinacional? ¿Dónde encontramos los escritos de los académicos sobre los paradigmas
del Vivir Bien? ¿Dónde los intelectuales indígenas comparten sus conceptos
sobre los aportes al Estado desde la cosmovisión originaria? ¿Dónde se
hallan los artistas que urgan en la descolonización y lo pluricultural? ¿Dónde
y desde qué lugar estamos interpelando al poder? Y si se lo está haciendo desde
monografías, tesinas, tesis de grado, ¿porqué se mantiene la lógica de almacenar
estos conocimientos en estantes?
Los
bolivianos hemos dejado que sea la voz de los políticos la que nos interprete,
la que nos narre y explique lo que acontece en el país. Y eso es patético pues
hemos olvidado que en ese zoológico, donde la ideología es dogma y los
argumentos objetos prescindibles, no hay espacio posible para la discusión en
torno a lo que se está construyendo y de lo que se destruye. Sólo importa el
partido y mantener intacta la figura del líder cueste lo que cueste.
Para
agravar la cosa, sin mayor mérito que el uso de sus facultades de pajpakus,
hemos encumbrado al Olimpo de la opinión pública a varios hijos de vecino que ostentan
el grandilocuente título de “analista político”. Y les escuchamos y les creemos
y les amplificamos cuando nos conviene, sin importar que sus elucubraciones no
se sostengan en una argumentación clara y sólida.
Hemos permitido, asimismo, que sea la "culocracia" ejercida desde los medios de comunicación la que nos pinte y defina.
Hemos permitido, asimismo, que sea la "culocracia" ejercida desde los medios de comunicación la que nos pinte y defina.
No sé si
sientes lo mismo, pero me parece que son contadas las voces que reflexionan sin
edulcorantes sobre el tiempo que nos toca vivir. Aquellos que no temen
cuestionar en base a su conocimiento. Abundan, en todo caso, aquellos que
escriben para no decir nada. Y eso, simplemente, es una actitud irresponsable y
no aporta a la construcción de sociedad.
Escribir es
una cuestión moral. No puede la realidad social estar de un lado y mi pluma del
otro lado. Así pensaba Sartre quien incorporó en su día a día el concepto del
“escritor comprometido”, comprometido con el tiempo que le ha tocado vivir.
“Un
intelectual para mi es aquel que es fiel a un conjunto político y social pero
que no por ello deja de discutirlo”, decía el franchute. Y me pregunto si ante
el silencio agobiante de nuestros intelectuales, de nuestros académicos y de
nuestros creadores no sería siendo hora de que nosotrxs tomemos la palabra.
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