* Fotos compartidas por internautas que respondieron al desafío de retratar su primer publicación en Facebook
Mi hija tiene más grupos en WhatsApp que compañeros de curso. “Ya no más profes”, “Verdad o reto hasta las 2 de la madrugada”, “Quememos el colegio”, “Ya estamos en sexto”, “Chateadores de corazón”, “Holis”, “Zona de chicas”, “Las antisociales raras”, “Las clonadas”, “VIP zona privada” y un sorprendente sin fin de etcéteras más.
Se
trata de espacios virtuales donde, sin darse cuenta, mi hija de 11 años ha comenzado
a documentar su vida al detalle. Natalia está hilvanando con textos, audios e
imágenes su línea del tiempo. Y lo hace de forma colaborativa con las personas
que aportan, también sin saberlo, a escribir su historia en formato digital. De
aquí a unos 20 años, ella podrá retroceder en el tiempo gracias al historial de
sus redes sociales y revivir sensaciones, experiencias, rostros y palabras de
una manera tal que nunca antes se había visto en la historia de la humanidad.
Inquieta
pensar que las nuevas generaciones no disfrutarán a plenitud de esa posibilidad
de “olvidar” y alterar recuerdos de infancia y adolescencia que disfrutamos los
viejitos como yo. Porque la gran mayoría de los eventos que viven y vivirán –desde
los más insignificantes hasta los importantes- quedarán almacenados
con gran lujo de detalles en algún rincón del mundo virtual y a la mano cuando
lo requieran e, incluso, cuando no lo quieran.
Yo,
ya en el umbral de los 40, he sepultado en mi cerebro recuerdos de mis años de
mancagasto. No tengo trazos de hechos como, por ejemplo, la primera fiesta a la
que asistí [quiénes fueron, dónde fue tal acontecimiento; si bailé (bueno, de
seguro que no, ¿o sí?) o si tenía algún chequeo en el lugar]. Mi hija mayor,
Kassandra (13), tuvo su primera fiesta el sábado pasado. Su cuenta en WhatsApp,
como la de la gran mayoría de sus compañerxs que asistieron (muchos con
Facebook también), está llena de fotografías, videos y chismografías que
describen al detalle el evento de marras, incluida las múltiples versiones
sobre la pelea de la única pareja asistente a tan solemne evento y la pérdida
de un celular. De aquí a unos años, cualquiera de los implicados en el
encuentro podrá revivir este acontecimiento de una forma tan vívida de la que mi
generación jamás tendría posibilidad de emular.
¿Es útil olvidar? Pues claro que lo es, tanto como recordar.
La memoria es como una red de intrincados laberintos. El cerebro en sí nunca
olvida, toda nuestra información está almacenada allí pues contamos con una
capacidad ilimitada para hacerlo. No es que los recuerdos se esfuman, sino que
se vuelven menos accesibles. Y esto pasa porque el cerebro decide qué es
necesario recordar y qué no. Es decir que libera a la mente de retener
demasiada información que considera inútil.
Por
ejemplo, para mantener nuestra cotidianidad no nos es de mayor utilidad saber los
nombres de las montañas conforman la Cordillera de los Andes. Ese dato es
irrelevante para trabajar, relacionarse o alimentarse. Claro, sería un dato
relevante si es que fueras un montañista. Es decir, si fuese un dato significativo
para mantener tu cotidianidad.
Paradójicamente,
el recordar absolutamente todo es en realidad una patología. Se denomina Hipermnesia
y los que la “sufren” tienen la mala suerte de recordar cada aspecto, cada
rincón, cada color y cada detalle de todo lo que viven, hasta el punto de estresar
a su cerebro.
Todo
lo explicado en los anteriores tres párrafos lo comparto como una forma de
contexto al tema que comparto. No quiero decir con ello que las nuevas
generaciones sufrirán algún tipo de tijtapi debido a esa capacidad ilimitada de
almacenar recuerdos en internet. Lo que sí es innegable es el hecho de que la
relación del ser humano con sus recuerdos (y el olvido de ellos) y su memoria tienen
una nueva dimensión de la mano de las nuevas tecnologías de la información.
¿Crees
que exagero? Te reto a que te tomes unos minutos para retroceder en el tiempo a
través de tu perfil en Facebook (las fotos en este texto son de personas que lo
hicieron y lo compartieron). Vuelve a ese día que decidiste aventurarte en las
redes sociales. Ahora comienza a volver poco a poco y observa cómo en ese
espacio has ido registrando aspectos de tu vida que en algunos casos, de seguro,
ya habías mandado al olvido. Fíjate qué y cómo escribías, qué compartías y a
qué luchas te sumabas. Mira las personas con las que te retratabas, ese espacio
del trabajo que hace tanto dejaste, o a esa persona que, entonces, te movía el
piso. Ahora escabúllete en los chats personales de tus correos y sorpréndete
con las cosas que revivirás.
Piensa
que si eso pasa contigo (que al igual que yo de seguro ingresaste ya mayorcito
al mundo de las redes sociales), cómo será con tus hijos cuando tengan tu edad.
¿Hasta dónde estirarán la memoria?
Nosotros
(los que nacimos cuando no había computadoras ni celulares) podemos darnos el
lujo de modificar recuerdos. También somos capaces de desplazar los recuerdos
dolorosos en favor de otros más positivos, para no sufrir. Incluso se ha
comprobado científicamente que tenemos la posibilidad de implantar falsos
recuerdos en el cerebro de una persona.
“El
procesamiento a que se somete la información provoca que en cada paso, en cada
fase, la información original se vaya transformando y deteriorando de modo que
la información resultante al final de estos procesos sólo sea una caricatura
del original”, dice un texto del investigador Antonio Manzanero.
En
nuestra adolescencia las confesiones, chismes declaraciones de amor y hasta las
separaciones se realizaban mayormente por el teléfono. No quedaba registro,
salvo alguno que otro documento escrito al que llamábamos “cartita”.
¿Te
imaginas las cosas que hubieran quedado registradas si en el colegio hubieras
tenido WhatsApp? Los nombres y fotos de tus chequeos infantiles, tus
declaraciones, el primer beso contado al detalle a tu mejor amigx, tus primeras
exploraciones sexuales, las peleas con tus amigos, tus sueños primigenios, tus
bobas bromas de adolescente…
Olvidar es bueno, especialmente para personas con una
sensibilidad especial. Olvidar disminuye la intensidad emocional de lo vivido.
Nos ayuda a pasar páginas, a perdonar y a enfocarnos en nuevos retos en la
vida. Pero más importante aún, personalmente me ayuda a mantener idealizada
etapas de mi vida de las que, exceptuando algunas fotos y textos, están llenas
de vacíos que me encargo de llenar.
Realmente dudo
que las nuevas generaciones puedan disfrutar a cabalidad de esa capacidad.
* Fotos compartidas por internautas que respondieron al desafío de retratar su primer publicación en Facebook
Hablando (escribiendo) de recordarlo todo, de lo terrible que sería recordarlo todo, está el cuento de Borges, Funes el memorioso. Y si, las nuevas generaciones futuras podrán como nunca antes recordarlo todo, aunque siempre estará la opción "borrar".
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