Por favor, los niños no pueden entrar a esta sala. Hay material bien grotesco allí”. La funcionaria del Museo Nacional de Arte (MNA) frunce el ceño mientras lanza la advertencia a los invitados que llegan a la inauguración de la muestra Ultra Madre, del paceño Andrés Bedoya.
Es domingo y un grupo de niños se va agolpando en la puerta del MNA, mientras el paso de los adultos puebla la sala que alberga dibujos, esculturas y un audiovisual donde domina lo sexual.
“Para personas con criterio formado”, se lee en el texto explicativo del video arte Estudio Erótico. Los visitantes parecen temer a la Tv. Ninguno quiere acercarse demasiado. El aparato emite un jadeo orgásmico, mientras muestra imágenes de un hombre y una mujer que, por separado, se hunden en movimientos que rayan en lo erótico y también en el absurdo.
“Tengo un humor muy negro. Eso me define mucho. En la obra juego con los temas de la sexualidad sin tomármelo muy en serio. Si estoy mostrando una insinuación sexual, no es por morbo, es porque me causa gracia. Tengo un humor muy negro, pero a la vez soy bien inocente en muchas cosas. Es así que me gusta juntar perversidad con inocencia”, dice Bedoya, quien abandonó el mundo del diseño por considerarlo muy apegado a lo comercial. Ahora él es un artista full time.
Es domingo y un grupo de niños se va agolpando en la puerta del MNA, mientras el paso de los adultos puebla la sala que alberga dibujos, esculturas y un audiovisual donde domina lo sexual.
“Para personas con criterio formado”, se lee en el texto explicativo del video arte Estudio Erótico. Los visitantes parecen temer a la Tv. Ninguno quiere acercarse demasiado. El aparato emite un jadeo orgásmico, mientras muestra imágenes de un hombre y una mujer que, por separado, se hunden en movimientos que rayan en lo erótico y también en el absurdo.
“Tengo un humor muy negro. Eso me define mucho. En la obra juego con los temas de la sexualidad sin tomármelo muy en serio. Si estoy mostrando una insinuación sexual, no es por morbo, es porque me causa gracia. Tengo un humor muy negro, pero a la vez soy bien inocente en muchas cosas. Es así que me gusta juntar perversidad con inocencia”, dice Bedoya, quien abandonó el mundo del diseño por considerarlo muy apegado a lo comercial. Ahora él es un artista full time.
Los cabellos toman el museo
“Pueden pasar, ya estamos a punto de comenzar”, se oye desde el patio colonial del museo. “¿Aquí sí puedo meter a mis wawas?”, pregunta temerosa una de las mamás en la inauguración de la muestra. Poco a poco, niños y adultos ingresan en silencio hasta el lugar.
Allí, 54 cabelleras femeninas se han transformado en una obra de arte viva. El cabello de las mujeres —que se hallan recostadas de espaldas sobre una estructura de nueve niveles— cubre la totalidad del arco principal del repositorio.
Esta instalación/performance es la pieza principal de Ultra Madre. “Es una abstracción autobiográfica, utilizando el símbolo del cabello como un vehículo para la memoria. Es una cuestión efímera, al utilizar el cuerpo humano. Es una especie de escultura que no puede permanecer y eso se relaciona al tema del fallecimiento de mi madre cuando yo era todavía niño. He creado, a través de 54 cuerpos o cabelleras, una gran entidad viva que se unifica a través de un símbolo: el cabello”, explica.
Para el artista paceño, que ahora vive y trabaja en Nueva York (EEUU), el cuerpo es una agrupación de símbolos que derivan su significado del contexto social y cultural en el que existen.
“Nuestra relación con el cuerpo cambia a medida de que dichos símbolos son reconstituidos, reconfigurados o aislados. El cabello, en particular, ha jugado un importante papel en mi historia. Con Ultra Madre recontextualizado el cuerpo y el cabello como símbolos dentro de la arquitectura del Museo Nacional de Arte”, señala.
Las luces de los flashes despiertan la curiosidad de algunas de las mujeres que con sus cabelleras han formado esta entidad viva. Algunas intentan observar al público, pero de inmediato vuelven a permanecer inmóviles. Las texturas que conforman los mechones —entre ondulados y lacios— dan la impresión de estar ante un inmenso telar negro que es golpeado por el viento.
Un año y medio le tomó a Andrés Bedoya llevar adelante este proyecto, que se constituye en el segundo que el artista presenta en Bolivia. “Ha sido duro hacerlo”, confiesa. Las reacciones de la gente son variadas. Algunos, entre susurros, califican de loco al artista; pero la mayoría está en silencio dejando su imaginación volar.
“Pueden pasar, ya estamos a punto de comenzar”, se oye desde el patio colonial del museo. “¿Aquí sí puedo meter a mis wawas?”, pregunta temerosa una de las mamás en la inauguración de la muestra. Poco a poco, niños y adultos ingresan en silencio hasta el lugar.
Allí, 54 cabelleras femeninas se han transformado en una obra de arte viva. El cabello de las mujeres —que se hallan recostadas de espaldas sobre una estructura de nueve niveles— cubre la totalidad del arco principal del repositorio.
Esta instalación/performance es la pieza principal de Ultra Madre. “Es una abstracción autobiográfica, utilizando el símbolo del cabello como un vehículo para la memoria. Es una cuestión efímera, al utilizar el cuerpo humano. Es una especie de escultura que no puede permanecer y eso se relaciona al tema del fallecimiento de mi madre cuando yo era todavía niño. He creado, a través de 54 cuerpos o cabelleras, una gran entidad viva que se unifica a través de un símbolo: el cabello”, explica.
Para el artista paceño, que ahora vive y trabaja en Nueva York (EEUU), el cuerpo es una agrupación de símbolos que derivan su significado del contexto social y cultural en el que existen.
“Nuestra relación con el cuerpo cambia a medida de que dichos símbolos son reconstituidos, reconfigurados o aislados. El cabello, en particular, ha jugado un importante papel en mi historia. Con Ultra Madre recontextualizado el cuerpo y el cabello como símbolos dentro de la arquitectura del Museo Nacional de Arte”, señala.
Las luces de los flashes despiertan la curiosidad de algunas de las mujeres que con sus cabelleras han formado esta entidad viva. Algunas intentan observar al público, pero de inmediato vuelven a permanecer inmóviles. Las texturas que conforman los mechones —entre ondulados y lacios— dan la impresión de estar ante un inmenso telar negro que es golpeado por el viento.
Un año y medio le tomó a Andrés Bedoya llevar adelante este proyecto, que se constituye en el segundo que el artista presenta en Bolivia. “Ha sido duro hacerlo”, confiesa. Las reacciones de la gente son variadas. Algunos, entre susurros, califican de loco al artista; pero la mayoría está en silencio dejando su imaginación volar.
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