ATALÁ (D), JUNTO AL AGENTE DE LA DEA MICHAEL LEVINE, DURANTE LA "OPERACIÓN HUNO". Foto: Levine |
A comienzos de los años 80 Bolivia se convirtió en el mayor proveedor de cocaína del mundo. Un 80% de la pasta base que circulaba en el planeta tenía sello boliviano. Según una investigación del periódico español El País publicado en 1981, los tratos con la mafia internacional de la cocaína dejaba al país 1.600 millones de dólares al año, casi el doble del total de las exportaciones. La DEA calcula que "La Corporación" (la narco-mafia boliviana protegida por el gobierno de García Meza) producía 1.000 kilos de pasta básica por mes (de 5 a 9 millones de dólares por mes). Un kilo de pasta básica oscilaba entonces entre 5.000 y 9.000 dólares. Un pequeño avión transporta alrededor de 500 kilos. Quiere decir que por viaje se trasladaba hasta cuatro millones y medio de dólares.
Muchas fortunas -que aún fluyen en la economía nacional- se erigieron gracias a este negocio que se convirtió en una pujante industria bajo el control de Luis Arce Gómez. Ministro del Interior, el coronel fue el protector del pequeño grupo de barones de la droga que habían financiado el golpe de Estado de Luis García Meza: Roberto Suárez, José Gasser (industrial azucarero), Widen Razouk (ex Prefecto de Santa Cruz). Alfredo “Cutuchi” Gutiérrez (ex presidente de la Cámara de Comercio de Santa Cruz) y los esposos Atalá (Sonia y Wálter, autoridad durante el gobierno de Hugo Banzer) lideraron lo que se llamaría “La Corporación”.
Ya en el poder, Arce Gómez no podía quedarse atrás. Aprovechando el monopolio de los aparatos de seguridad del Estado y el apoyo de "Los novios de la muerte", un grupo de mercenarios entrenados por el nazi Klaus Barbie (el Carnicero de Lyon) se dedicó a “eliminar” a pequeños y medianos traficantes para adueñarse de droga valuada en billones de dólares. Pero vender toda esa producción requería de una persona de confianza y con probadas conexiones en Colombia y Estados Unidos, país donde la mayoría de los traficantes bolivianos aún temía llegar. Arce Gómez confió esta tarea a Sonia Sanjinés de Atalá bajo una premisa: “Inundar de cocaína a Estados Unidos”. Y la cruceña cumplió a cabalidad con esta misión. En seis meses Atalá, de 30 años, se convirtió en la principal agente de ventas de la “droga gubernamental”. Desde el Cartel de Medellín hasta la mafia italiana, Atalá extendió el negocio de abastecimiento de cocaína a niveles nunca antes conocidos en Bolivia. Su fama llegó a tal punto que el propio Pablo Escobar la coronó como “reina de Bolivia con corona de nieve”, en alusión al color de la cocaína. Temeroso del poder que Atalá adquiría dentro y fuera de Bolivia, Arce Gómez se propuso sacarla del negocio. Pero no imaginó que esa decisión provocaría el derrumbe de muchos de sus poderosos clientes en la región y que terminaría por hacer tambalear su propio imperio.
La vida de Sonia Atalá supera cualquier novela de ficción que ha surgido en los últimos años sobre las mujeres en el negocio del narcotráfico latinoamercano. Bella, manipuladora, ambiciosa y de sangre fría, Atalá fue la verdadera reina de la cocaína. Una mujer que amasó una fortuna, que provocó la muerte de muchos y que, al final, logró embaucar a la propia Drug Enforcement Administration (DEA) para deshacerse de sus competidores. Esta es su historia (y la del boom del narcotráfico boliviano) narrada, entre otros, desde la experiencia de un ex agente de la DEA que la conoció.
La narcodictadura toma el poder
La madrugada del 17 de julio de 1980 se inició el golpe de Estado de Luis García Meza en contra del gobierno de Lidia Geiler. Ahora se sabe que esta movida fue apoyada por la Central Intelligence Agency (CIA) y financiada por un poderoso grupo de narcos bolivianos que se sintió amenazado por la decisión del gobierno boliviano de luchar con más fuerza en contra del narcotráfico. Pero mientras Geiler se acercaba a la DEA, la CIA creía que el comunismo se estaba apoderando de las esferas del Estado. A través de la Liga Anticomunista Mundial, la CIA se contactó con Edwin Gasser (miembro de dicha organización, padre de José Gasser e industrial cruceño que años antes había apoyado el golpe de Hugo Banzer) para luchar en contra de la amenaza izquierdista.
Todos estos hechos han sido documentados por el ex agente de la DEA Michael Levine y plasmados en los años 90 en su libro “The big white lie” (La guerra falsa, en español). El libro, que causó un remezón en EEUU al afirmar que las propias organizaciones gubernamentales torpedeaban la lucha contra el narcotráfico, volvió a la agenda mediática el 2008 cuando el presidente Evo Morales mostró uno de los ejemplares en el discurso donde anunció su decisión de expulsar a la DEA de Bolivia.
EVO MOSTRÓ EL LIBRO DE LEVINE, EL DÍA QUE EXPULSÓ A LA DEA. Foto de: narcosphere.narconews.com |
Entrevisté a Levine vía email el año pasado. El ex agente se mostró descontento ante esta medida del gobierno boliviano. “Estoy seguro que ni el Presidente (Morales) ni sus asesores leyeron el libro, porque de haberlo hecho hubieran expulsado a la CIA por haber apoyado el golpe de los narco-militares y con ello confabulado en contra de la propia democracia boliviana. La DEA, en cambio, estaba tras la captura de estos criminales sin saber que éstos eran piezas clave de la CIA en Bolivia”.
Michael Levine es uno de los agentes de la DEA más condecorados de la historia de EEUU. Construyó su nombre trabajando en tres continentes como agente encubierto para la DEA durante 25 años. Su mayor logro, sin embargo, fue dirigir el operativo que terminó con el secuestro del mayor cargamento de cocaína en la historia de Estados Unidos (hasta los años ochenta). 500 kilos de cocaína (con un valor en las calles de 100 millones de dólares) fueron capturados en Miami en mayo de 1980, dos meses antes del golpe de García Meza.
Esta captura fue el resultado de un trabajo encubierto que tomó meses y el trabajo de decenas de agentes encubiertos. La droga pertenecía al beniano Roberto Suárez y había salido en una avioneta desde la estancia “La Perseverancia”, en Santa Cruz. Años después se sabría que la estancia pertenecía a Sonia Sanjinés de Atalá.
LEVINE, CELEBRA EL OPERATIVO CONTRA SUÁREZ, AL LADO DEL AVIÓN INCAUTADO. Foto:Levine |
Las implicancias del operativo provocó un gran despliegue mediático en EEUU y terminó con el arresto de los bolivianos José Gasser y Alfredo “Cutuchi” Gutiérrez. Este último fue arrestado el mismo día del operativo por Levine, en Miami, tras dos horas de permanecer dentro de un banco contando los 9 millones de dólares que había supuesto parte de la compra de los 500 kilos de cocaína. El operativo resultó un golpe duro para la organización de Roberto Suárez, quien puso precio a la cabeza de Levine: $us 200.000.
FISCAL SULLIVAN. |
Sin embargo, a pesar del éxito del operativo y de las pruebas contundentes, el caso de narcotráfico más grande hasta entonces en Estados Unidos comenzó a desvanecerse, a la par que lo hacía la democracia en Bolivia con el golpe de García Meza. Gasser fue liberado por la supuesta “falta de pruebas”, según el fiscal de Miami, Michael Pat Sullivan (quien años después lideraría el caso contra Manuel Noriega). Y cuatro meses después Gutiérrez sería puesto en libertad bajo una fianza de 1 millón de dólares. Unos días después, Gutiérrez se sumaría a Gasser en Santa Cruz para apoyar las tareas de “La Corporación”, el brazo criminal del nuevo régimen militar y de sus narco-socios. El caso Suárez había sido cerrado. Años después Levine confirmaría la teoría de que la CIA había movido influencias para liberar a los narcos para que éstos se sumen en su lucha en contra de la izquierda boliviana.
Tras el golpe de Estado en Bolivia la administración de Jimmy Carter –torpedeada desde distintos frentes por la CIA- decidió suspender los $us 200 millones de ayuda que Estados Unidos daba a Bolivia. Y en agosto de 1980 cerró las puertas de la DEA en el país. Arce Gómez acusó públicamente a Carter de favorocer a los izquierdistas bolivianos con estas medidas y señaló que Carter sería el único culpable del incremento de droga en las calles de Estados Unidos. Internamente, claro, Arce Gómez y sus socios celebraban la medida.
Lo cierto es que ningún kilo de cocaína salía de Bolivia sin que antes el coronel recibiera su comisión por permitirlo, una especie de impuesto que llegaba a los $us 1.000 por kilo. Mientras que el jefe de Narcóticos de la Policía, José “Tito” Camacho, recibía $us 300. Aquellos que se negaban a pagar la “contribución” terminaban con la droga incautada, en la cárcel o muertos. Según los datos de Levine, durante los primeros meses del régimen al menos 150 pequeños y medianos narcos sufrieron el castigo del régimen, lo que benefició tanto a la estructura gubernamental como a los barones de la cocaína que los financiaron.
Según el testimonio secreto de Félix Milián Rodríguez (del Cartel de Medellín y condenado por lavado de dinero) ante el Senado de los Estados Unidos (Comisión Kerry), Roberto Suárez controlaba entonces el 90 por ciento de la cocaína en la superficie de la tierra. Describió a Suárez como el "narcotraficante más grande del planeta".
“Bolivia se convirtió en el supermercado internacional de la droga”, señalaba en 1981 un informe interno de la DEA.
Dentro de esta estructura Sonia Atalá era pieza clave. Ella se encargaba de cerrar tratos con las mafias de Sud América, Centro América, Europa y Asia. Según un oficial de la DEA, Atalá “era dueña del negocio de la droga en el mundo”. No sólo comerciaba la droga gubernamental sino que mercantilizaba su propia producción y la cocaína de algunos de los capos bolivianos que no contaban con las conexiones necesarias.
Tan importante era Atalá para la provisión de materia prima para las mafias internacionales de la cocaína que, por ejemplo, el Cartel de los Hermanos Ochoa (uno de las organizaciones criminales más fuertes que tuvo Colombia) solía esperar a la boliviana en el aeropuerto de Medellín con limosina, guardaespaldas y regalos.
En Bolivia Atalá era temida por los narcos. La protección de Arce Gómez se hacía evidente a través de un grupo de mercenarios neonazis que estaban a cargo de Sonia y que habían sido entrenados por el propio Klaus Barbie, asesor del gobierno de García Mesa.
Atalá había consolidado su relación con los militares los primeros días del Golpe de Estado cediendo su mansión (ubicada al frente del Hotel Los Tajibos) para su uso como centro de tortura.
LUIS ARCE GÓMEZ, EN EL PODER |
Sobre este tema, Levine recupera en su libro testimonios del juicio en EEUU de 1984 en contra de los narcos Humberto Montero y Jorge Barón, quienes habían sido clientes de Atalá. Sonia era testigo clave para la Fiscalía en contra de ambos narcos. La estrategia de la defensa se basó en el ataque a Sonia, sacando a luz su privilegiada posición en Bolivia con el régimen militar, para así tratar de invalidar su palabra.
“El testimonio de Sonia en el juicio reveló que ella era capaz de mandar a asesinar y torturar a cualquier persona al igual que cualquiera de los tipos que ella estaba acusando. Cuando Rolando Franco, un narco mediano, se negó a pagarle por la cocaína que le había comprado acusando a Sonia de haberle entregado azúcar en vez de cocaína, Sonia decidió secuestrar a uno de los socios de Franco, Roberto Bernabé Suárez, hasta que éste terminó pagando el dinero”, narra Levine.
Sonia Atalá respondió así sobre el tema, ante las preguntas del abogado defensor de uno de los narcos acusados en dicho juicio, David Finger:
Finger: ¿No le molestaba que esos mercenarios que usted alojaba y alimentaba se dedicaran a torturar gente?
Sonia: Sí, pero no había nada que yo pudiera hacer.
Finger: ¿Usted tenía que alojarlos y alimentarlos?
Sonia: A una parte del grupo, pues eran muchos.
Finger: ¿Antes de que (los mercenarios) tomaran y usaran su casa, usted llevó a Juan Carlos Camacho (Fiscal General) y Alberto Álvarez (funcionario del régimen militar) para que la recorrieran?
Sonia: Sí.
Finger: ¿Y no es verdad que Camacho le dijo que le gustaba su casa porque estaba tan aislado que nadie escucharía los gritos de la gente (torturada)?
Sonia: Sí.
En el mismo juicio Humberto Montero corroboró la importancia de Sonia Atalá en el mundo del narcotráfico. "Había un especie de broma que circulaba sobre ella (Sonia Atalá); que ella era la 'reina de Bolivia con una corona de nieve". Su abogado defensor remató: "Si la Estatua de la Libertad (en Nueva York y símbolo de la inmigración hacia ese país) supiera que estamos haciendo a Sonia y Pachi residentes de este país, ella se postraría en lágrimas de su pedestal".
La coronación de la reina
Sonia Sanjinés de Atalá era una mujer hermosa, aunque no voluptuosa. Tenía la pinta de una profesora de kínder, según la descripción del agente de la DEA, Michael Levine. “Con solo verla nadie imaginaría que era una de las mujeres más temidas en los círculos de la mafia boliviana y que decenas de muertes y torturas habían sido concretados desde sus labios”, escribió Levine.
Sanjinés nació en Santa Cruz en el seno de una familia pobre. A los 14 años fue desposada por Wálter “Pachi” Atalá y su vida se transformó. Corredor de autos, “Pachi” provenía de una poderosa, influyente y acaudalada familia cruceña. Walter Atalá había ocupado un puesto en el gabinete de Hugo Banzer, lo que le proporcionaba conexiones en el mundo político. Sonia contaba con cuatro hijos y una vida de lujos que nunca había tenido. Sin embargo no se sentía feliz, como lo confesó ella a Levine.
“Pachi era corredor de autos y paraba de viaje en viaje. Yo ya estaba cansada de acompañarlo a sus viajes y también cansada de sólo cuidar a los niños. Así que comencé a meterme al comercio importando televisores y radios desde Panamá. No estaba metida en las drogas, pero por mis negocios comencé a conocer muchos que sí lo hacían. Después de que (los militares) tomaron el gobierno, el ministro (Arce Gómez) me convocó para trabajar con él (en la venta de drogas) y yo acepté”.
Contrariando la versión dada por Sanjinés de Atalá, el libro “Narcotráfico y política. Militarismo y mafia en Bolivia”, editado por Latin America Bureau el 2001, señala que “Sonia fue tomada presa en La Paz en la presidencia de Gueiler. Se la encarceló en la prisión de mujeres, en Obrajes. Pero muy poco duró su encierro. Sus importantes amigos lograron inmediatamente un certificado médico por medio del cual el juez accedió, sin mayores problemas, a que fuera trasladada a una clínica desde donde la hicieron fugarse con la mayor facilidad”.
Sea como fuera, el golpe militar de García Meza catapultó a Sonia Atalá a encabezar la lista del negocio internacional de la droga. Pronto Arce Gómez comenzó a desconfiar del poder que adquiría Atalá y decidió ponerle un freno.
EL NARCO COLOMBIANO PAPO MEJÍA. |
Atalá narraría tiempo después a los agentes de la DEA los sucesos que la llevaron a tocar las puertas de la agencia. Según su relato, sin que ella lo supiera Arce Gómez le habría entregado 300 kilos de cocaína incautada ya en mal estado; es decir, con menor calidad para su venta en el mercado. El precio total del producto disminuyó hasta en 40%, pero Arce Gómez negó luego este hecho y exigió que Atalá le pagara el valor total: 1.5 millones de dólares. Para empeorar la situación, Atalá acababa de cerrar un negocio con uno de los narcos más temidos de Colombia a comienzos de los 80, Papo Mejía. Éste le había entregado en Colombia joyas y un Mercedes Benz por un valor de 30 kilos de cocaína. Pero cuando Sonia entregó las joyas a Arce Gómez para recoger los 30 kilos, el militar le dijo que esas joyas las recibiría como parte del pago por los 300 kilos que ella le debía. Al pasar los días, Mejía, al no escuchar noticia sobre la droga ni sus joyas, prometió matar a Sonia Atalá y a toda su familia.
Amenazada por todos los flancos, la reina de la cocaína recurrió a sus contactos para hacer un trato con a la DEA: Les entregaría en bandeja de plata a los mayores narcos de América Latina, incluido Arce Gómez, a cambio de protección para ella y su familia. La oferta fue inmediatamente tomada por los agentes de la DEA, conocedores de la importancia de Sonia Atalá en el negocio internacional de la cocaína. Sonia ingresaba así al Witness Protection Program (Programa de Protección de Testigos) dando vida a la Operación Huno (nombrado así por un juego con el apellido Atalá: Atila, el Huno). Lo que la DEA desconocía era que Sonia Atalá era, a su vez, un “activo” de la CIA, al igual que gran parte de lo funcionarios del régimen militar.
Durante varios meses Sonia Atalá desapareció del mapa. Luego reapareció en Tucson (Estados Unidos) acompañada de un nuevo socio y con la firme intención de recuperar su privilegiado sitial en el negocio del narcotráfico. Su socio era Michael Levine, quien asumía una vez más su trabajo como agente encubierto. El objetivo era conseguir la mayor cantidad de pruebas para encarcelar a los capos sudamericanos y al mismísimo Arce Gómez.
Como confidente de la DEA, Atalá ayudó a desmantelar varios grupos a los que anteriormente había servido como proveedora, lo que tambaleó el negocio creado por la narcodictadura. El más importante narco que cayó en el operativo encubierto fue el colombiano Papo Mejía.
La Operación Huno se cerró intempestivamente sin haber logrado tocar a Arce Gómez. Muchas de las pruebas fueron destruidas, según explica Levine. "La CIA debía proteger a su gente en Bolivia a toda costa sin importar que estuvieran inundando Estados Unidos con cocaína. Muchas grabaciones obtenidas en la casa de Tucson desaparecieron. En ellas los narcos colombianos daban los nombres de toda la cúpula militar boliviana envuelta en el negocio". Protegidos por el programa para testigos, Sonia y toda su familia cambiaron sus nombres y desaparecieron una vez más dentro de Estados Unidos. Sin embargo continuaron con su delictivo accionar.
En diciembre de 1987, bajo los nombres falsos de Sonia y Walter Albrech, ambos fueron detenidos en Texas tras una venta de cocaína. "Todos los cargos en contra de ellos fueron abortados. Las investigaciones continuaron y se descubrió que eran los Atalá. Pero cuando la Corte de Apelaciones quiso abrir el caso, la pareja ya se había perdido entre las sombras de su verdadero imperio undergroud. Lo cierto es que Atalá utilizó a la DEA para deshacerse de sus competidores más cercanos y para amedrentar a aquellos que la amenazaban para seguir construyendo su imperio ", concluye Levine, quien se retiró de la DEA desilusionado al constatar que la lucha contra el narcotráfico encarado por Estados Unidos "es una gran mentira".
De seguir con vida. hoy Sonia Sanjinés de Atalá pasa hoy los 60 años y lo más seguro es que esté residiendo en Santa Cruz, ciudad donde prometió que volvería, disfrutando de la fortuna que en los años 80 la consolidó como la reina de la cocaína. Como ella, muchos narcos continúan disfrutando de la impunidad, especialmente en Santa Cruz.
MÁS PARA LEER
La lista de los principales narcos bolivianos en los años 80 (Está al final de la página):
Sobre Banzer, el precursor del negocio del narcotráfico en Bolivia. Nota publicada en 1981 por El País:
Viuda de Roberto Suárez revela los secretos de "El Rey de la Cocaína":
9 comentarios:
Ellos viven en san Antonio txas
Muy buena historia..
Eso no es nada. Los narcos en Bolivia hoy están GOBERNANDO.
Exelente aporte.
Felicitaciones al propulsor.
Interesante. ..
La politica y el narcotrafico sin Como hermanos y el que los apoya es el padre (EEUU) lastimosamente. Que pena ...!!!!
Siguen Viviendo en San Antonio Texas.
Donde en San Antonio, Texas ? tienen alguna informacion mas ?
No es raro que sea cruzeña, las crían para see reinas de belleza que les abre las puertas para ser amantes de políticos, narcos.
Santa Cruz sigue siendo la capital de los narcos.
Son gente sin valores de familia, los hombres vagos, con hijos por todo lado .
Son más como los brasileños negros.
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