Caminar las callejuelas potosinas es de esas experiencias en la vida que jamás se olvidan. Los días de gloria de la Colonia se respiran en sus venas, al igual que se mantienen costumbres de aquella época. Allí está, por ejemplo, el agua de flores del convento Santa Mónica, cuya fama retrocede hasta aquellos días.
Su centenaria receta no ha variado: hojas y pétalos de toronjil, kantuta y clavel forman parte de este santo remedio que, aseguran, cura cualquier problema del corazón. Tampoco ha variado la forma colonial de adquirir el agua de flores. Una campana anuncia a las monjas la presencia del comprador. Para accionar su tañido, se debe jalar una pita que se halla en un ambiente especial que se encuentra en los extramuros del convento.
Así, nunca se llega a tener un contacto físico ni visual con las monjas... toda la transacción se realiza a través de una estructura de madera giratoria, cuya construcción retrocede, claro está, a la Colonia. El agua de flores tiene un costo de seis bolivianos, mientras que el agua bendita cuesta dos bolivianos. El comprador debe llevar su propio envase. El convento se alza en la antigua calle de la Cárcel, hoy Simón Chacón (en el centro potosino) y es una más de las bellezas arquitectónicas que atesora esta bella ciudad.
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