¿Qué cómo lo sé? Lo sé porque después de más dos meses de estar instalado en este garzonier, recién anoche percibí los gemidos de mi vecina. Y no es que yo esté con el oído pegado a la pared, sino que mi dormitorio está justo al lado de su sancta sanctorum sexual. Y para rematar, las pilas de mi radio justo sucumbieron hace días ante mi salvaje abuso.
En estos dos meses de estadía en este lugar, ni me topé con mis vecinos en los pasillos ni escuché de ellos surgir sonido alguno, fuera de la estridente música chicha que cada mañana se escapa de su vivienda para pegarse en mis paredes como chicle recién masticado.
Anoche me sorprendieron. La colección variopinta de gritos y gemidos de mi vecina fueron breves, demasiado diría yo, pues no superaron los 15 segundos, con lo que comprobé científicamente (si me permiten incluir los gemidos femeninos como prueba científica) que mis 30 segundits valen nomás su peso en oro. Es decir que, lamentablemente para mi vecina, pero para total beneficio de mis oídos, el caballero engrosa la triste categoría del precoz-precoz.
Claro que, por más efímeros que fueron, los alaridos de mi vecina me impulsaron a imaginar su rostro bañado de placer. La supuse con más o menos 35 años, el rostro moreno y regordete, el ceño fruncido y el pelo castaño y largo cubriendo puntiagudos pechos… Un abrupto silencio acabó con las imágenes emitidas por mi solitaria mente; imágenes que, confieso, excitaron mis sentidos por unos segundos. Pero en vano aguardé por horas –y sin poder concentrarme en mi lectura- la segunda tanda. Nada de nada. Con lo que concluyo que el cuate en cuestión –para pena de mi vecina, claro está- además de cagaleche es de los económicos: unito y a dormir nomás. Así que ni modo, mi vecina, su amante y yo nos dormimos nomás.
2 comentarios:
Muy original, me gusta por lo de impertinencias no deseadas... pero desde luego agradable historia
nada nada javi, dejá de tratar de escuchar lo inescuchable y dedicate a pensar en lo que las personas escuchan de ti
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