martes, julio 24

"LA VERTIENTE", EL POEMA SOCIAL DE JORGE RUIZ



Ruiz filmó los trabajos y los incorporó en la película
Fue a la caza de una noticia y terminó filmando una de sus películas más emblemáticas, "La vertiente" (1958). "Fue una poesía social", diría después Jorge Ruiz de su obra fílmica. El cineasta chuquisaqueño terminó introduciendo en el documental, que narra la instalación de la primera pileta de agua potable del oriente boliviano, una historia ficticia de amor entre una maestra de escuela (Rosario del Río) y un cazador de caimanes (Raúl Vaca Pereira). Finalizaban los años 50 del siglo pasado y ya Ruiz se consolidaba como la figura más descollante de la filmografía nacional. Fallecido hoy, en Cochabamba, rindo mi homenaje a Ruiz compartiendo el reportaje que realicé en Rurrenabaque el 2007. La nota revive aquella epopeya cinematográfica que fue "La vertiente", de la voz de sus propios protagonistas, hoy muertos en su gran mayoría.


LA VERTIENTE: UNA EPOPEYA EN EL ORIENTE BOLIVIANO
La primera pileta del oriente, sigue funcionando.

Hace 50 años, la pasividad de Rurrenabaque se alteró desde un pizarrón. Entonces, la maestra Arminda Herrera provocó desde las aulas un movimiento de masas que cambió para siempre la calidad de vida de esta población beniana. La historia de Herrera es la epopeya del proceso de captación de agua potable en Rurrenabaque —la primera en el oriente boliviano—, desarrollada gracias al arduo trabajo de todos sus habitantes.
El proyecto sedujo al cineasta Jorge Ruiz, quien se aventuró hasta el lugar para filmar la noticia. Al final, sin embargo, terminó produciendo un largometraje: "La vertiente". La película, que se estrenó el año 1958, marcó un hito en el cine nacional al dejar de lado, por vez primera, la temática indigenista y desnudar otras realidades. Medio siglo después, sólo unas fotografías de la cinta colgadas en el Corregimiento recuerdan la aventura que en 1957 permitió a Rurrenabaque dejar de utilizar las insalubres corrientes del río Beni para contar con agua potable.
Cámaras que asustan
La llegada de los “collas” alborotó el pueblo en 1956. Cargados de llamativas valijas, el equipo del director del Instituto Cinematográfico Boliviano, Jorge Ruiz, se instaló en un bar para iniciar el casting a los pobladores que interactuarían con los actores Rosario del Río y Raúl Vaca Pereira en La vertiente. “No sabíamos qué era filmar. Las cámaras asustaron a medio pueblo”, revive Arminda Herrera (80), hoy postrada en una silla de ruedas.
Jorge Ruiz
A comienzos de los años 50, la inquieta maestra alertó sobre el aumento de los casos de infección intestinal entre sus alumnos. “La gente bebía el agua del río Beni, donde también lavaba su ropa, se bañaba y hacía sus necesidades”. “A cinco horas de viaje en canoa había una vertiente de aguas sanas conocida como El Chorro, pero no sabíamos cómo traer esa corriente hasta el pueblo”, espeta la maestra. Fue en 1954 que el empresario estadounidense Gordon Barbour logró interesar al Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública (SCISP) para desarrollar la planificación de la construcción de la red de agua potable. Sin embargo, el SCISP exigió a Rurrenabaque proporcionar la mano de obra y los materiales del lugar. Anoticiadas de ello, las autoridades locales creyeron imposible la ejecución de la obra. Tres kilómetros y medio de tupida jungla, terrenos rocosos, sectores arenosos y cortes profundos separaban a El Chorro de Rurrenabaque. “Éramos un pueblito demasiado pequeño y pobre para encarar un trabajo de tal magnitud”, señala Herrera quien, a pesar de las dificultades, se encargó de que su sueño no muriera dentro de las aulas. Al final, las lecciones sobre las bondades del agua potable, amplificadas por los alumnos en cartulinas por las calles, fueron apropiadas por personalidades del pueblo que impulsaron el proyecto.
El “boca de pozo”
Nemecio Ortiz Rodríguez tiene 104 años y se siente solo. “En los años 50 era el hombre más buscado de Rurre. Ahora, sólo cuando cobro el Bonosol me buscan”, se queja el músico, cuyo aporte fue fundamental durante la construcción de la red de agua potable. Armado de una flauta elaborada por él mismo a base de tacuara (bambú), Ortiz y su grupo animaron con taquiraris a los voluntarios durante el año que duraron las obras. “Casi nadie quería ayudar. Estábamos más preocupados por llevar el pan a nuestro hogar que de trabajar gratis para traer agua al pueblo. Para eso estaba el río”. Pero “un grupo andaba por las calles con altavoces hablando de las enfermedades del agua. Así me animé y ofrecí mi talento. Tenía 21 años”, narra el anciano, cuya labor fue captada por la lente de Ruiz.
El actor Vaca Pereira
Al igual que Ortiz, los pobladores aportaron de distintas formas: los dueños de aserraderas ofrecieron cortar gratuitamente la madera, los estudiantes recolectaban piedras de la playa, las mujeres se encargaban de los alimentos y los varones de la apertura, con machete, de la senda para las tuberías. Ésta fue la labor más sacrificada, ya que requería la remoción de inmensas rocas, la perforación de túneles, la construcción de puentes y la tala de árboles. Todo esto sin la ayuda de maquinaria ni tecnología. “Ni nuestros más alegres taquiraris evitaron que el calor y los mosquitos acobardaran a la gente de trabajar en la obra”, comenta Ortiz.
La abrupta ausencia de varones obligó a las mujeres y a los niños a poner el brazo mientras los miembros del Comité iban casa por casa reclutando nuevos voluntarios. “Los jóvenes preferían jugar la \'churuca\' (cartas) antes que trabajar en algo que veían imposible”, asegura Ortiz, quien, décadas después, luego de perder la dentadura, votó su flauta al basurero. “Mi boca se volvió un pozo. Ya no hay música dentro. Por eso ya nadie me busca para el buri (fiesta)”, lamenta este centenario personaje que ahora vive con su esposa en una precaria vivienda.
La tubería que lleva el agua hasta Rurrenabaque
Todo por ser famoso
Fue sólo después del arribo de un avión cargado de tuberías que los pobladores de Rurrenabaque creyeron que sí era posible conseguir la captación de las aguas de El Chorro. De a poco el trabajo se reactivó. Claro, también ayudó la presencia de las cámaras cinematográficas, según rememora el paceño Vicente Pimentel Navia (78). “Imagínese que mucha gente comenzó a vestirse elegante para ir a trabajar en la obra. Querían ser famosos”, ironiza Pimentel, quien en 1956 trabajó cavando con barretilla uno de los túneles por donde atraviesa el acueducto que en la actualidad proporciona agua potable a más de 50 por ciento de los 15.000 habitantes del área urbana.Pimentel, quien tuvo 11 hijos y “un kilo de nietos”, recuerda que el trabajo de los más de 2.000 habitantes de Rurrenabaque duró un año, con turnos de día y de noche.
El 18 de diciembre de 1957, a las 11.00, el agua de la vertiente de El Chorro —a través de la primera pileta instalada en el oriente boliviano— se mostró cristalina en una esquina de la plaza. Allí estaba la cámara de Jorge Ruiz, captando rostros anhelantes y manos inquietas. “Fue una poesía social”, diría años después el reconocido director nacional, quien introdujo en el documental una historia ficticia de amor entre la maestra de escuela (Rosario del Río) y un cazador de caimanes (Raúl Vaca Pereira). Años después, La vertiente se estrenó en el cine del señor Takusi. Al final de la proyección, Arminda Herrera, quien no pudo ser la actriz principal por los celos de su marido, salió triste. “Salí fea”, lamenta.

No hay comentarios: