El infierno en 20 metros cuadrados

¿Qué cabe en 20 metros cuadrados? ¿Un comedor de seis sillas con una vitrina mediana? ¿Una cama de una plaza con un ropero de dos cuerpos?

En los 20 metros cuadrados de una de las habitaciones del edificio Señor de Mayo cabe mucho más: 5 sillas, una tarima de dos metros, una gradería artesanal con tablas de  madera. Un cubículo donde tres jóvenes comienzan a desvestirse, un Dj, una animador y 60 tipos apretujados y sedientos de sexo. Y aún cabe mucho más.

Son las 21.00 de un viernes cualquiera y el edificio Señor de Mayo está atestado de testosterona. En realidad ni la hora ni el día importan porque la escena se repite los siete días de la semana, varias veces al día: decenas de varones trepando por las estrechas gradas hacia una realidad bañada de violencia contra la mujer.

Ascenso al infierno

Ubicada en la calle Figueroa, detrás del mercado Lanza, esta estructura alberga mucho más que locales de venta de ropa que se muestran en el primer piso. Basta subir al tercer piso para chocarse con un guardia de seguridad que, sin mayor éxito, intenta que se cuelen menores de edad. Allí diminutos cuartos albergan a trabajadoras sexuales que ofrecen sus servicios. La mayoría de los cuartos están cerrados y en varias de sus puertas se agolpan los hombres esperando su turno para ingresar. Un piso más arriba voces masculinas intentan seducir a los visitantes para ingresar a una de las dos pequeñas habitaciones que se alzan en este nivel. “¡Pase, pase!; ya comienza el show”, se oye y se arman dos filas; la de aquellos que salen del “espectáculo” y los que están a punto de entrar pagando los 15 o 20 bolivianos que cuesta la entrada. Los que optan por la segunda opción tienen la posibilidad de estar en primera fila y, además, participan al final del show del sorteo para tener sexo gratis con una de las chicas.

Una mujer de unos 50 años supervisa la venta de las entradas. Es la administradora.

Lo reciben a uno luces de discoteca que apuntan al medio de la sala donde se halla una tarima. Dos delgados tubos de metal se alzan desde esta estructura al techo. Alrededor, filas de silla y al fondo una gradería de cuatro pisos con tablones.

Los olores que se han acumulado allí golpean con fuerza. Poco a poco se abarrota el lugar mientras una película porno se proyecta desde una pantalla plana. Se nota que se han vendido más entradas de lo que puede soportar este espacio. Pasan 20 minutos y unos 60 cuerpos se apretujan para ver el show.

Dedos que vejan

El ambiente es tan pesado que hasta respirar cuesta. Los movimientos de la pareja en la pantalla se aceleran al igual que los ánimos del público; surgen silbidos, gritos: “¡Ya pues, que salgan las putas!”. “¡Queremos ver culos!”.

Anuncian por el micrófono la presencia de Paola. Empieza la música estridente. Con unos 19 años, Paola irrumpe desde una de las esquinas. Debe sortear al menos unos 20 tipos para llegar al escenario. Pero ni bien inicia su camino una maraña de manos se posan sobre su cuerpo: manotean sus nalgas, buscan sus senos, tironean la tanga que, al final, termina en jirones. Entonces las manos se multiplican y los dedos intentan introducirse en su vagina y en su ano. En el rostro de Paola se nota que la están lastimando. Patea, manotea y al fin logra liberarse para subir a la tarima que está a solo 50cm del suelo. Los que están sentados alrededor del escenario sólo necesitan estirar sus brazos para tocar el cuerpo de Paola. Ella inicia su baile casi sin mirar al público que la observa con lujuria. Termina la danza y se abalanza raudamente hacia su único refugio, el vestidor. Pero en su camino es nuevamente vejada mientras intenta abrirse paso entre la multitud. Sólo el anuncio de la presencia de una nueva chica calma la agresión.

Violación-espectáculo

Lady hace su entrada. Su cara está desencajada, se nota que está bajo la influencia de alguna sustancia. Como sucedió con Paola, los cinco metros que la separan del “vestuario” al escenario son un vía crucis. Los hombres esta vez se paran de sus asientos empujándose entre sí para tener al alcance de sus manos ese cuerpo. Para cuando llega a subir a la tarima ya ha perdido el sostén y en su cuerpo se observan marcas de pellizcos y de palmadas de manos. Lady cierra los ojos y comienza a bailar, su cuerpo está, no así su mente. Parece no verse afectada, pero cada vez que su pasos la acercan a los extremos de la tarima, los hombres aprovechan su proximidad para toquetear su sexo.

Lady sube a uno de sus agresores al escenario, le saca la polera y lanza la prenda con rabia hacia el público. Está molesta, pero alcanza a hacer una mueca de sonrisa. El tipo que ha subido se pone detrás de ella y empieza a realizar un movimiento pélvico mientras la aprieta. Ella se mueve tratando de alejarse disimuladamente, cuando de la nada sube otro hombre que inmediatamente se desviste por completo para, una vez desnudo, colocarse delante de ella realizando movimientos que simulan una penetración. Se inician  los empujones entre ambos tipos que luchan por dominar el cuerpo de Lady. El público está eufórico, los que están al borde del escenario aprovechan que Lady es vulnerable y la cubren de manos, otros comienzan a subir al escenario. La mayoría de las personas que están delante se abalanzan, quieren poseer algo de ella. Dedos violentos la penetran constantemente. Los hombres que están atrás no pueden ver lo que sucede con Lady. Ella logra a punta de patadas zafarse de los tipos y bajarlos de la tarima, pero inmediatamente otros tres se aventuran a trepar al escenario. Se empujan entre ellos pues no caben todos en el improvisado escenario. Lady intenta aferrarse a su única protección, uno de los tubos. Pero no logra proteger su cuerpo de las manos que la invaden.

Desde el micrófono surge una tímida advertencia. “¡Dejen a la chica bailar sino suspendemos el show!”. Los que están en la parte posterior reclaman lo mismo pues no pueden disfrutan del “banquete” como los que se hallan adelante. La figura de Lady reaparece en medio de la maraña de manos que ahora se desvanecen. Reanuda el baile pero cada vez que trastabilla los de la primera fila la hacen caer e intentan con sus dedos invadir su sexo de forma violenta. Vuelve la advertencia de una voz que no tiene corporalidad.

Termina la música. La voz del micrófono pide un aplauso para ella pero Lady se niega a dejar el escenario, conocedora de lo que le espera en su camino hacia el vestidor. No hay música y Lady, refugiando su cuerpo desnudo en el tubo, agita su cabeza horizontalmente mirando al DJ. Los hombres se agitan, empiezan a rodear la tarima. Entonces reaparece Paola quien aprovechando la distracción llega al escenario, se posiciona delante de Lady, la cubre y ambas pegan sus cuerpos para protegerse en un baile tímido. Se separan, cada una en un tubo. Paola intenta una pirueta en el aire pero una mano toma de su pelo y la arrastra hasta el suelo. Un hombre salta a la tarima y se sube sobre ella imitando movimientos de penetración sexual. Quiere poseer ese cuerpo y no es el único. Como una manada los demás se abalanzan para tocar ese cuerpo tendido en el piso de la tarima. La voz de una mujer se adueña del micrófono. Es la administradora, está bajo la influencia de alguna sustancia. “Cerdos de mierda; largo, fuera”, grita. Pero el animador le quita el micrófono y calma a la muchedumbre: “¿Quieren que suba otra chica? La multitud se manifiesta con euforia; el show continúa.

Surge de la penumbra otra chica. Asemeja unos 18 años. Se nota que es la más nueva, tiembla. Ni bien intenta caminar hacia la tarima, los hombres que están cerca la rodean y de forma violenta le arrancan el sostén, dan palmadas en sus nalgas y comienzan a manosear su entrepierna. La muchacha instintivamente se tapa los senos mientras las manos buscan violentar su sexo. No llegará al escenario. Mientras esto sucede en la parte posterior, adelante se inicia una vez más el descontrol. Más de una decena de varones dejan sus asientos y se abalanzan sobre la tarima intentando no caer para alcanzar a Paola y Lady. Imposible saber que sucede con las dos chicas que se hallan encima. Una selva de manos y cuerpos masculinos las engullen. Reaparece la patética voz del animador pidiendo control. Es inútil

Se corta de forma abrupta la música y aparece la adminsitradora junto a dos tipos, los mismos que minutos antes convidaban a entrar a la sala. Exigen que la gente salga, dando por acabado el espectáculo. Surgen silbidos y quejas pero poco a poco se despeja la tarima. Los que quedan, unos siete, reclaman que se realice el sorteo prometido a los que “invirtieron” los 20 bolivianos. Los encargados improvisan una rifa. Segundos después el ganador se pierde entre la penumbra arrastrando con él el mallugado cuerpo desnudo de Lady.

No hay tiempo que perder. Los encargados reacomodan los asientos. En la puerta ya se está formando una nueva fila de hombres que pronto poblarán esta habitación de 20 metros cuadrados donde todo cabe, donde todo vale menos la dignidad de una mujer

El siguiente relato fue realizado con base a los hechos presenciados por los periodistas de la revista "Lo que se Calló" el viernes 9 de mayo de 2014 en un local del cuarto piso de la Galería Señor de Mayo.

El reportaje forma parte del segundo número de la revista "Lo que se callo", disponible en ventas de revistas.

Un edificio, 30 lenocinios 

Los datos del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz calculan que entre 27 y 30 lenocinios funcionan entre los pisos segundo y quinto del edificio Señor de Mayo.

Desde hace varios años, se han realizado decenas de operativos, en los que han participado, entre otras instituciones, el Alcaldía, la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen, las Defensorías de la Niñez y la Adolescencia y hasta el Ministerio de Gobierno, pero la mayoría de los locales sigue funcionando.

Durante las redadas se han encontrado bebidas alcohólicas adulteradas, menores de edad en situación de explotación sexual comercial, muchachas retenidas contra su voluntad raptadas en otros departamentos, bebés hijos de muchachas que son explotadas sexualmente, pésimas condiciones de seguridad e higiénicas…

Las clausuras son temporales, no hay normativas claras y varias autoridades se quejan por la inacción del Ministerio Público que no emite los requerimientos fiscales que permitan la clausura definitiva de los locales infractores.

La acción de la Policía, en algunas oportunidades, criminaliza a las víctimas de la explotación sexual comercial. Por ejemplo, en el mes de junio del año 2012, la policía detuvo y trasladó a las celdas de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen a más de 30 que eran explotadas por proxenetas en este edificio.