domingo, septiembre 2

Batman, Evo y la mentira de la verdad


"A veces la verdad no es suficiente. A veces la gente merece más, merece que su fe sea recompensada".
No, no se trata de la sesuda reflexión de algún encumbrado filósofo universal. Lo dice Batman en la que es la mejor de las películas que se han hecho en su honor: El caballero oscuro (Nolan-2008). 
¿A qué se refiere el hombre murciélago? A que algo de mentira es siempre necesaria para que cualquier sistema de poder se sostenga. A que la política no tiene que ver con la verdad sino con los juegos de poder.
Dicho esto, demás está decir que Batman tiene su puesto asegurado en la comparsa "Mentira la verdad", murga que cuenta entre sus miembros a destacados pensadores. Uno de ellos, el filósofo y ensayista argentino Dario Sztajnszrajber, del cual reproduzco el ilustrativo ejemplo de Batman. 

La cosa con el hombre murciélago va así. El millonario Bruce Wayne y el comisionado Gordon han hallado en la figura del incorruptible Harvey Dent al héroe público que Ciudad Gótica necesita. Y, en consecuencia, trabajan para posicionarlo. Claro, su plan no preveía la intervención de Guasón, quien termina secuestrando a Dent y a su novia. El intento por rescatar a la pareja culmina en desastre. Dent termina con la novia muerta, la mitad del rostro desfigurado y un resentimiento que pronto se transforma en un odio inmensurable. Nace un nuevo villano: Dos caras. Al final, a Batman no le queda otra alternativa que acabar con el descarriado Dent, lo que deja a la urgida Ciudad Gótica sin el héroe que tanto necesita. ¿Qué hacer? Batman debe sacrificarse. Pide al comisionado Gordon que públicamente lo culpe por la muerte del popular Dent y por la de aquella gente inocente que ha muerto en medio de la refriega. Gordon increpa: "¡Eso no es verdad!". Batman alecciona: "A veces la verdad no es suficiente. A veces la gente merece más, merece que su fe sea recompensada".


La verdad no es suficiente porque, en los hechos, no existe. Al menos no como un absoluto. Cada quien construye sus verdades desde las subjetividades que lo envuelven y amparado en las convicciones previas con las que ha estructurado su vida. Con lo cual, la verdad termina siendo una mera estrategia contra la ambigüedad que tanto nos asusta. Pasa que nos sosiega encarar nuestras vidas amparados bajo el pensamiento binario (lindo-feo, bueno-malo, verdad-mentira). Es la forma más eficiente que hemos encontrado los seres humanos para relacionarnos en sociedad y con el mundo. 

Sin embargo, la verdad absoluta es una ficción, un relato. Lo sabía muy bien Nietzsche, el líder de la comparsa "Mentira la verdad". El bigotón germano fustigó una y otra vez en sus escritos los valores morales puristas con los que hemos empaquetado a la verdad para ordenar nuestra existencia. 
"La verdad es la mentira más eficiente"; "...es el arte del convencimiento"; "...un ejército de metáforas"; "...ilusiones de las que se ha olvidado que lo son", reflexionaba Nietzsche, para luego rematar con un contundente: "No hay hechos, hay interpretaciones". Interpretaciones que están en constante disputa. 

Son los poderes (desde los micro hasta los macro) los que luchan para que su interpretación de los hechos se instale y se disemine como la única verdad. Interpretaciones que se basan en datos concretos. Porque la realidad no es uniforme, es amorfa. Tan amplia en su interpretación que cada quien puede arrancar pedazos de ella para construir y fundamentar su verdad y así reafirmar sus propias certezas y convicciones, como lo explica Dario Sztajnszrajber.


Pongamos un ejemplo de nuestro variopinto zoo político-partidario. En el caso Quiborax, tanto el Gobierno como el ex Presidente Carlos Mesa recortaron datos del propio caso para escenificar sus posiciones en el espacio público. ¿Quién dijo la verdad? ¿Quién mintió? Nunca lo sabremos a ciencia cierta. Lo concreto es que hemos escuchado ambos relatos y, al final, cada quien ha tomado posición movido no por la veracidad o no de los argumentos expuestos, sino enmarcados en un marco conceptual previo y bajo el influjo de nuestras simpatías y rencores.  


Y aquí entra a escena otro de los miembros de la bullanguera comparsa, Jacques Derridá. El filósofo argelino aseguraba que lo opuesto a la verdad no es la mentira, sino el error. Porque la mentira no tiene nada que ver con la información, con el dato, sino con la intencionalidad. El que miente sabe que lo está haciendo, pero comprobar tal extremo es imposible. Pongamos como ejemplo a un árbitro de fútbol que ha decidido no marcar un penal, a pesar de que a todas luces la falta haya sido evidente. Aunque las imágenes televisivas así lo demuestren y, al final, se encare al referí con ellas, éste podrá asegurar que no vio la infracción y sanseacabó. Sería imposible demostrar si realmente fue un error no intencional del árbitro o si se trato de una burda mentira. 


El presidente Evo Morales ha sorprendido a propios y extraños con la propuesta de crear una ley que sancione la mentira. Y surge la pregunta: ¿qué tiene que ver la verdad con la política? ¿Se imaginan a una autoridad sacando a luz los secretos del accionar gubernamental en nombre de la verdad? 

Hannah Arendt hila fino sobre este dilema. Para la filósofa alemana -que analizó el accionar de gobiernos estadounidense durante la Guerra de Vietnam y el escándalo de los Papeles del Pentágono-, la mentira termina siendo una herramienta inevitable de la práctica política. En ambos casos el engaño no fue al enemigo sino al amigo: la ciudadanía y el Congreso. 
Arendt concluye que ningún político del mundo incluiría la veracidad entre sus virtudes, apuntando a que cuanto más éxito tenga un embustero y mayor sea el número de los convencidos, más probable es que acabe por creer sus propias mentiras. 
"Siempre se llega a un punto a partir del cual la mentira resulta contraproducente. Dicho punto se alcanza cuando la audiencia a la que se dirigen las mentiras se ve forzada, para poder sobrevivir, a rechazar en su totalidad la línea divisoria entre la verdad y la mentira. Cuando tu vida depende de que actúes como si creyeras, no importa qué es lo verdadero y qué lo falso", decía Arendt.

Con todo, Batman la tenía clara. Para él la prioridad era el bien mayor: la ciudadanía de Ciudad Gótica. Mentir, en su caso, era imprescindible. Cuestionable o no, este ejemplo nos puede ayudar a reflexionar -más allá de la peregrina intención de sancionar por ley la mentira- en cuánta verdad podemos exigir a la política y a nosotros mismos. Porque, ¿es que acaso usted, simple mortal de a pie, nunca miente? Pónganse a prueba ahora. Al cerrar esta página, llame a su pareja y cuéntenle absolutamente toda la verdad. 

Si no lo logra, sepa que siempre tendrá un espacio disponible en la comparsa “Mentira la verdad”.

1 comentario:

docente nils puerta dijo...

Me deleito el texto, los fundamentos bien puestos y las verdades mentira hoy son un verdadero dilema.