8.45. Ya es tarde. Los responsables del proyecto 'Paralelo 15' de seguro van a comenzar a putear dentro de unos minutos. La cita está pactada para las 9.00 "¡eeen punnto!" en su hotel, en pleno centro paceño. Pero el entrevistador (o sea, yo) recién está tomando el minibús en Chasquipampa, al otro extremo de la ciudad. Me separan al menos 25 minutos de mi destino periodístico. 'Ni modo', me digo. 'Hora boliviana es", diré a los gringuit's.
Me acomodo detrás del chofer. Tengo sueño, cierro los ojos y me preparo mentalmente para soportar 25 minutos de tortura acústica con la tradicional chicha/caca/cumbia/regaetón con la que los choferes de los minibuses buscan combatir el tedio de su laburo cotidiano y, de paso, fastidiar a los pasajeros.
En cambio, me recibe la voz de Franco de Vita; aquel de finales de los años 80.
...como si esto fuera un sueño, te encuentro aqui conmigo,
y parecía que ya lo había vivido...
aquellas frases que yo ya había oído,
aquellas manos que ya había sentido,
juro que esto ya lo habia vivido,
en esas noches que soñe contigo,
sin tu saberlo te habia poseido
juro que esto ya lo habia vivido...
y parecía que ya lo había vivido...
aquellas frases que yo ya había oído,
aquellas manos que ya había sentido,
juro que esto ya lo habia vivido,
en esas noches que soñe contigo,
sin tu saberlo te habia poseido
juro que esto ya lo habia vivido...
Ahhh, los recuerdos de los años de adolescente me atacan. El callejón de la Yungas... las manos temblorosas de Carla, los ojos soñadores de Geraldine.
Pero no hay tiempo para más memoria. Luis Miguel irrumpe con el que, sin duda, es el mejor tema en español de los 90, La incondicional. Y así, una a una las mejores baladas de todos los tiempos golpean, conmueven y llevan a todos mis compañeros de recorrido a una especie de trance musical. Extráñamente, nadie se queja del intenso volumen. Algunos, incluso, tararean las canciones. Y yo sólo pienso en como robarme esa joya de CD.
A nadie parece preocuparle que la marcha de los universitarios ha paralizado el movimiento del minibús por varios minutos. Sus petardos no molestan. Sus gritos no incomodan.
Abro los ojos. Veo mi reloj. ¡Mierda!, son las 9.40. Debería estár hecho un manojo de nervios, pero no es así. Estoy relajado. Incluso llego a atisbar desde el espejo del retrovisor del chofer una sonrisa pintada en mi rostro. '¡Wa!', me digo.
Abro los ojos. Veo mi reloj. ¡Mierda!, son las 9.40. Debería estár hecho un manojo de nervios, pero no es así. Estoy relajado. Incluso llego a atisbar desde el espejo del retrovisor del chofer una sonrisa pintada en mi rostro. '¡Wa!', me digo.
Debería bajar en la esquina, pero me convenzo de que llegar a escuchar completo el tema que está sonando ahora, bien vale la pena ser recibido con los ceños fruncidos de mis entrevistados. Y, entonces, vuelvo a cerrar los ojos. Agradezco al chofer, sea quien sea. Y me sumo en silencio al canto de Cerati:
Un señuelo
hay algo oculto en cada sensación
ella parece sospechar, parece descubrir en mi
debilidad
los vestigios de una hoguera
oh, mi corazón se vuelve delator
traicionándome
hay algo oculto en cada sensación
ella parece sospechar, parece descubrir en mi
debilidad
los vestigios de una hoguera
oh, mi corazón se vuelve delator
traicionándome
Por descuido
fui victima de todo alguna vez
ella lo puede percibir
ya nada puede impedir
en mi fragilidad
es el curso de las cosas
oh, mi corazon se vuelve delator
se abren mis esposas
fui victima de todo alguna vez
ella lo puede percibir
ya nada puede impedir
en mi fragilidad
es el curso de las cosas
oh, mi corazon se vuelve delator
se abren mis esposas
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