A Ruth Suárez la encontraron muerta debajo de su cama. Su cuerpo desnudo estaba envuelto en una frazada y su cuello, rasgado como una zanja, aún destilaba gotas de sangre. “Estaba embarazada, la pancita ya se le notaba y era muy feliz. La mató uno de los clientes, pero nadie dijo nada”. Vicky narra el asesinato de su compañera con un dejo de resignación que conmueve. Y no es para menos. Toda trabajadora sexual en Bolivia tiene una historia de violencia que contar, como un guión que se replica una y otra vez en sus labios. Historias que, en su gran mayoría, solían quedar entre susurros, archivadas en el anecdotario de las mujeres que ejercen este oficio y que no encontraban eco en las instancias públicas. Historias como la de Ruth, asesinada hace varios años en uno de los locales nocturnos que se alzan en la llamada Villa Cariño de Oruro, un crimen que hasta la fecha se mantiene en la impunidad.
Pero hay otra historia que las integrantes de la Organización Nacional de Activistas por la Emancipación de la Mujer (ONAEM) están comenzando a escribir. Impulsada y conformada por trabajadoras sexuales de todo el país, los objetivos de ONAEM son los de evidenciar y frenar los abusos hacia las mujeres que ejercen este oficio y difundir al conjunto de la sociedad todos sus derechos: los humanos, los laborales, los sexuales y los reproductivos. Suena sencillo pero es un trabajo de hormiga que cuenta con el apoyo y el financiamiento de la fundación holandesa Hivos.
Las raíces de la ONAEM retroceden hasta 2005. Entonces, cansadas de los abusos de autoridades y dueños de locales, las trabajadoras sexuales –que contaban con insipientes agrupaciones locales– dieron vida a su primer congreso nacional. El encuentro se desarrolló en Oruro y marcó el nacimiento de la ONAEM. Un año después, se desarrolló el segundo congreso con la presencia de representantes de ocho de los nueve departamentos del país. El 2009, la organización obtuvo su personería jurídica e inició con fuerza distintas actividades en varios departamentos de Bolivia. Actualmente, la ONAEM representa a las 40 mil mujeres que –según datos de esta organización- ejercen el trabajo sexual a nivel nacional.
El mayor logro de la ONAEM es servir de amplificador a la tímida voz de las trabajadoras sexuales. “Antes, ¿con qué respaldo podíamos denunciar los abusos? No teníamos. Es por eso que callábamos y aguantábamos los atropellos”, dice Verónica Pérez. Esta cruceña, que trabaja en el sector de la ex Terminal de Santa Cruz, ha vivido experiencias amargas. “Los policías venían y sin motivo nos obligaban a subir a sus camionetas, especialmente cuando nos negábamos a darles plata. Entonces nos llevaban hasta el río Piraí y allí nos obligaban a quitarnos la ropa, nos apaleaban y ‘jugaban’ con nosotras. Otros días aparecían al final de nuestras jornadas para quitarnos toda nuestra plata. Una vez un suboficial intentó ayudarnos y nos llevó al Comando (de la Policía) para que sentáramos denuncia. Pero pocos días después él apareció muerto y los abusos aumentaron”, rememora.
“Un día decidimos reunimos y nos fuimos hasta el Defensor del Pueblo y luego conocimos a la ONAEM. Ahora estamos empoderadas y organizadas y los policías ya saben que pueden terminar muy mal si nos abusan”, agrega Verónica, actual presidenta de la ONAEM-Santa Cruz. Según sus datos, gracias a la labor de ONAEM han disminuido de forma radical los casos de atropellos por parte de la policía a las trabajadoras sexuales.


Son experiencias alentadoras, pero el trabajo de la ONAEM recién se está consolidando. La mayoría de las trabajadoras sexuales aún tienen temor de salir de la “clandestinidad”, lo que dificulta su afiliación a la organización. Actualmente no sobrepasan el millar. “Es difícil. Por ejemplo, para llegar a las chicas que ofrecen su trabajo a través de anuncios de periódico, tengo que hacerlo a través de mi marido. Él hace las citas por teléfono y yo aparezco para contarles sobre nuestra organización. Hay chicas muy jóvenes que con este trabajo mantienen a sus familias o que pagan sus estudios y el de sus hermanos. Me cuentan que hay policías que las extorsionan amenazándolas con revelar su oficio a sus familias si no les dan plata”.
Obligadas por la necesidad

El celular de esta cruceña no deja de sonar. Se trata de trabajadoras sexuales que buscan apoyo de la ONAEM. “Hay un tremendo desconocimiento de sus derechos y por eso tratamos de llegar a ellas”, explica. A lo largo del 2011 esta organización ha realizado cuatro talleres nacionales, en los que participaron 118 mujeres. Y en total, 1.232 personas se han beneficiado de las distintas actividades realizadas por la ONAEM y financiadas por la fundación Hivos. Las capacitaciones a las trabajadoras sexuales se centran en la difusión de los derechos laborales y en capacitación en materia de salud sexual y reproductiva.
Una de las más activas en las actividades de difusión de la ONAEM es Sabina Burgoa. Orureña de nacimiento, Sabina -que sobrepasa los 50 años y que cuenta con cinco hijos- forma parte del Grupo Libertad, la agrupación de trabajadoras sexuales más antigua de Cochabamba. Todas sus integrantes pasan el medio siglo de vida. La mayoría son madres y hasta abuelas. Su “oficina” está en la intersección de las esquinas Aroma y Junín, donde Sabina se inició hace 21 años. “El trabajo sexual no es una carrera planeada. La mayoría llegamos obligadas por la necesidad”, dice y su historia personal así lo certifica. Abandonada por su pareja, sin dinero y con tres pequeñas bocas que alimentar, Sabina no tuvo mayor elección. “En estos 21 años de trabajo he sufrido y he sido testigo de muchos abuso; compañeras han muerto. ONAEM ha sido como una luz para frenar los atropellos. Nos hemos fortalecido y ahora sólo nos queda luchar para que la gente nos reconozca no como putas, sino como trabajadoras. Es una cuestión de dignidad”.
TESTIMONIOS
Evelia Yucra (37)
“La vida para mi familia nunca fue fácil. Mis padres dejaron Llallagua (Potosí) para irse a Santa Cruz con sus seis hijos. Todos teníamos que trabajar conforme íbamos creciendo. A los 14 años me fui a trabajar como empleada doméstica a La Paz. Trabajé un año y me fui porque al final no me pagaron nada. Dijeron que bastaba con la ropa y la comida que me habían dado. Trabajé en otra casa en Cochabamba, pero el patrón me acosaba sexualmente. Ya no quería trabajar como empleada doméstica. Viví en la calle un par de meses con mis amigas. Los taxistas nos ofrecían 5 Bs para tener relaciones sexuales. No aceptábamos, pero luego nos ofrecían comida y como dice el dicho: ‘boquita que come, colita que paga’. Accedíamos a tener relaciones sexuales con ellos a cambio de comer. Un día estábamos en una fiesta y llegó la Policía de golpe, Sin razón nos llevaron a todos a la cárcel. Allí conocí a una trabajadora sexual que nos dijo que ganaba mejor que lo que hacía una empleada doméstica. La idea no era mala, después de todo ya habíamos pasado la barrera de intercambiar sexo por comida. No lo pensé dos veces. Una vez que salí de la ‘cana’, entré al trabajo sexual. Tenía 17 años. Desde ese día decidí dejar de ser Evelia y me llamé Yéssica. Al comienzo, jamás pensé en ser activista, pero al ver a mis compañeras asesinadas cambié de idea. Sobre todo cuando teníamos que lavar sus cuerpos porque no teníamos dinero en ese momento para un servicio funerario; me daba rabia, era mucha impotencia. Pude ver como, por el simple hecho de ser mujeres trabajadoras sexuales, nuestra vida no tenía ningún valor para las instituciones del Estado. Es por eso que acepté entrar en la organización de trabajadoras sexuales. Entonces descubrí que sólo dando la cara públicamente nos podíamos hacer respetar. Ahí tuvo que renacer Evelia… Aún hoy me cuesta trabajo identificarme con ese nombre”.
Sabina Burgoa (56)

Soy orgullosa de ser trabajadora sexual. Mis hijos me respetan y valoran lo que hice para mantenerlos y sacarlos adelante. La mayoría son profesionales y ahora me dedico a mi nieto (la madre murió). Ahora trabajo para que él termine sus estudios”.
ONAEM recibe denuncias en su página web

TEXTO: J.B FOTOS: Mateo Bertolino. Publicado en la Revista Oxígeno
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