Han pasado ocho años desde el estreno de su última ficción, El corazón de Jesús. Ahora el director paceño se apresta a filmar una comedia “sin caídas de poto ni pastelazos”. El argumento, sin embargo, lo mantiene en secreto. Entonces, la charla gira en torno a su paso por la Cinemateca Boliviana, la cual hoy preside, y su opinión sobre las nuevas películas bolivianas (de las cuales no destaca a ninguna).
— Las bellas durmientes marcará su retorno a la producción fílmica. ¿Qué puede adelantar sobre la película?
— Todavía no mucho. Esperamos estrenarla este año. Es una comedia, pero lo que yo entiendo por una comedia. Es decir que en la pantalla no se verá a nadie caer de poto, recibir un pastelazo ni se recurrirá a las malas palabras para lograr que el espectador se ría. Es una comedia que te permitirá verte a ti mismo, reírte de ti mismo; reírte de tu sociedad, de tus poderosos y de las taras personales.
— Ocho años han pasado desde su última producción, El corazón de Jesús. ¿Por qué tardó tanto en animarse a dirigir?
— Las condiciones de producción en Bolivia son difíciles. No ayuda el que no exista una política audiovisual en el país. Además, yo produzco lentamente. Prefiero escribir con más calma los guiones.
— ¿Pesa en usted el éxito que tuvo Cuestión de fe en su momento, a la hora de encarar una nueva producción?
— Yo soy bastante crítico con mis trabajos. Valoro los aciertos de Cuestión de fe, pero también reconozco sus errores y desaciertos. Creo que cada película tiene su tiempo, un momento histórico que la acompaña. Si Cuestión de fe se hubiera estrenado un año después, hubiera sido distinta la respuesta. Una producción como Los Andes no creen en Dios (Antonio Eguino, 2007), creo que hizo muy tarde. Si se la hubiera estrenado en la época de la relocalización minera, en los 80, hubiera tenido más impacto, porque fue entonces que nos dimos cuenta de que Bolivia dejaba de ser un país minero.
— ¿Y qué momento histórico refleja su nueva producción fílmica?
— Yo termino de entender la película cuando recibo el retorno de la crítica, de los especialistas y de los amigos. Porque uno cree que está haciendo una película de una manera y luego se da cuenta de que hay cosas que se mueven dentro de uno que son más importantes. En el fondo, en esta nueva producción estoy hablando de la Bolivia de ahora. Pero, a diferencia de otros directores, no pretendo explicar la sociedad actual ni ofrecer respuestas. Lo que quiero es plantear las preguntas. Creo que el arte debe cuestionar las cosas y no batir palmas ante los hechos.
— A la distancia, ¿cuál es la evaluación que hace de El corazón de Jesús?
— Es una película difícil. Tiene una puesta en escena bastante austera, pero cuenta con una propuesta muy audaz. Eso quizás alejó a cierto público, pero le dio un montón de reconocimientos. Se ha proyectado en el MoMa (Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York) y ha sido puesta entre lo mejor que se ha producido en Ibermedia. Reconocida a nivel continental y polémica, porque tiene un relato partido por un cantautor a manera de coro griego. Algunos la amaron, otros la odiaron. Y a pesar de todo ello, es fiel a mí mismo y de eso estoy orgulloso.
— ¿Vuelve a ver sus películas?
— Muy poco y generalmente cuando me veo obligado a mostrarlas en una exhibición, por ejemplo. Recién la vi en la casa de unos amigos. Estaba de viaje y me invitaron a cenar. El sentido de la cena era que como estaban pasando la película en la televisión, ellos querían cenar con el director que hizo el filme (ríe).
Y bueno, hay cosas que te sorprenden cuando retornas a tu obra, tanto por las buenas y por las que me decepcionan por lo malas. Pero, al final, me alegra constatar que mis películas no han envejecido tan rápido. El tiempo las golpea, como a todo; pero hay algún esqueleto, algún resorte que todavía las mantiene en pie.
— ¿Y cuál de todas sus obras está envejeciendo más rápidamente?
— Algunos documentales, pero no pasa lo mismo con mis películas. Y creo que eso se debe a que han tenido un tiempo más largo de reflexión debido a esa ambición de que mis producciones sean algo bien hecho para que perduren. Cuesta tanto hacer una película en Bolivia, que si la vas a hacer, por lo menos debes tener algo importante que decir. Claro que puedes hacer cosas experimentales que te pueden quedar bonitas e, incluso, ganar premios, pero en el fondo deben ser algo importante porque uno tiene que decir algo. Eso hace que una obra sea un grito y no termine en un simple ejercicio vocal.
— ¿Qué tipo de películas prefiere ver?
— Ahora estoy volviendo a las películas antiguas. Mi última sorpresa agradable fue Mi nombre es nadie (1973), producida por Sergio Leone. Han pasado tantos años desde su estreno, pero al verla uno se da cuenta de que sigue vigente.
— ¿Y producciones nacionales?
— He visto poco últimamente y de lo que he visto no tengo nada bueno que decir. De repente soy de otra época, quizás yo soy el caduco, pero he visto muchas películas que no me han gustado. Siento que ahora los guiones se escriben demasiado rápido, no se los corrige, no se busca lograr una unidad global. Es como si hicieran un filme sólo para que dure dos horas, cuando la idea es que dure 50 años o más. Somos un país que necesita aportes. Por eso pienso que es hasta irresponsable el hacer una película a la rápida.
— ¿Va muy seguido al cine?
— Generalmente voy a la Cinemateca, porque hay mejores películas. Es una costumbre personal. Y cuando quiero ver una película taquillera, prefiero esperar seis meses para verla en mi casa.
— ¿Ha visitado las multisalas?
— En La Paz, no.
— ¿Qué opina de estos espacios?
— Cuando las ciudades van creciendo, el consumo se va cerrando en guetos. Entonces, en ciudades como Caracas, por ejemplo, el mall te ofrece de todo: desde la comida rápida, pasando por la discoteca y terminando en el motel. Y todo con cierta seguridad. Y es así que la calle desaparece, se convierte en un lugar de nadie destinado a los pobres. Si tu vas a un mall en Tokio, en Nueva York o en La Paz, verás que todos se parecen; hay cosas comunes como la escalera eléctrica, Benetton, Nike y Burger King. Todas se uniforman, además, porque en todas se están proyectando la películas de moda.
— ¿Eso es bueno o malo para el cine?
— Beneficia en el sentido de que tienes 10 películas para ver. Ahora, que todas sean malas es otra discusión. Al haber más pantallas, hay mayor posibilidad de que una o dos estén dedicadas al cine nacional o al cine arte. Antes, en la Cinemateca había una sola pantalla y se proyectaban dos películas al día. En cambio ahora tiene cuatro pantallas y ocho películas diferentes que ofrecer al día. Eso es bueno.
— ¿Pero la Cinemateca está pasando por un mal momento actualmente?
— Hubo un error y hay que ser autocríticos en ello. En determinado momento, cuando la Cinemateca contaba con nuevo edificio, se decidió convertirla en un multicine chic. Yo creo que la Cinemateca nunca debió perder su carácter de centro cultural y como referente del cine de calidad. Ahora hay que cambiar la matriz económica. Antes se dependía completamente de la taquilla y cuando haces eso estás obligado a ofrecer el blockbuster de moda. Hay que apostar a las actividades culturales. Habilitar la sala de exposiciones y los espacios destinados a brindar, por ejemplo, talleres; cosa que no la pueden ofrecer los multicines. Acoger estrenos. Se ha visto que en otros cines esto no funciona, porque no puedes hacer tu premiere en medio de pipocas y panqueques.
— ¿Podrá recuperarse la Cinemateca?
— No necesita reposicionarse, sino cumplir la función con la que fue creada: resguardar el patrimonio audiovisual de Bolivia.
— Las series de Tv estadounidenses han resurgido de la mano de reconocidos directores de cine. Usted trabajó en este campo en Bolivia. ¿Volvería a hacerlo?
— Lo que pasa es que el audiovisual es muy dinámico y más con los cambios en la tecnología. El cine cada vez se parece más a una ópera. Y como sabemos hay muchas ciudades que no se pueden dar el lujo de ver una ópera. En cambio, la televisión es mucho más vital que el cine. Mucha gente está más influenciada socialmente por la televisión que por la cinematografía. Hubo una generación criada con los western, después con La guerra de las galaxias y ahora está la generación de Friends, nacida e influenciada en la televisión. Hace 10 años eso era impensable, era el cine el que marcaba las sociedades con sus historias y sus personajes.
Nuestra Tv es demasiado barata, no hay capacidad para hacer una ficción o un sitcom (comedia). Es tan barata que el personaje debe poner al lado suyo el producto para pagar su sueldo. Lamentablemente ésa es una limitación entendible por la estructura del mercado.
— ¿Hay mucha diferencia entre el Marcos Loayza de los años 90 con el de ahora?
— Los años pasan e inexorablemente la gente cambia. Uno se hace más zorro y más descreído. Creo que uno aprende a que el tiempo es mucho más fuerte que uno mismo. Los cambios suceden en 40 ó 50 años, pero cuando uno es joven piensa que son inmediatos. Otra cosa buena del paso del tiempo es que llegas a reconocer a los pícaros con mayor facilidad.
* Texto y fotos: JB. Entrevista publicada en Escape
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