jueves, diciembre 8

NO HABÍA SIDO CHOLI

* Cuento de Liliana Carrillo, publicado en Warikasaya

La noche que hizo el anuncio oficial había cena en su casa. Su madre había torturado todo el día a las dos empleadas de planta e incluso a la hija de una de éstas, que había sido convocada excepcionalmente para moler la llajua y acabó lustrando los pisos.
Grítenlo. Los atigrados celebraron como nunca en el año.A las siete comenzó el correteo y la bulla de ollas, aspiradoras y gritos. Imposible dormir hasta las diez, como ella había planeado. Saltó de la cama y se metió a la ducha. Ya vería que haría hasta las once cuando debía ir a la reunión de la Barra.

-- ¿Estás segura? Mira que no le va a gustar a tu familia--, le advirtió preocupado el compañero que un año atrás la había convencido de chacharse a la clase de Psicología social III e ir con él estadio.


Era una noche de invierno con luna gorda y brillante que competía sólo con las luces del Siles. Mimetizada en la curva sur, asustada por los gritos de la barra amarilla, al principio trató de descifrar qué hacían 22 boludos corriendo tras una pelota; luego se ocupó de ver las piernas de los jugadores y comparar sus dotes. Cuando empezaba a aburrirse redescubrió el sabor de café de termo con empanadas y luego se entregó seducida ante la grasa adictiva de las patitas y al picante de la ranga que le hacía lagrimear (y eso que ella era la más llajuera de su casa).

Cuando chupaba de sus dedos la última gota de ranguita sintió que el suelo temblaba ante el grito de miles. El Tigre brillaba, los 12 en la cancha eran maestros y su gol tenía sabor a dulce, a café caliente, a picante y todo junto. La perfección era posible. Entonces tomó la decisión, la más importante de su vida.

Llegó a su casa a las ocho y, como era inevitable, la recibieron los regaños de su madre. Que cómo le hacía eso, que la gente ya llegaría y ella vestida como llokalla. Se cambió rápido, polera a amarilla con rayas negras, jean ajustado y botas de altos tacones.

Cuando bajó al comedor, sólo estaban dos tías viejitas.

-- ¡Ay esta chica, no hagas renegar a tu papá!--, lloriquearon las doñas abriendo como platos los ojos, que apenas veían.

--- Puta que eres cojuda—gritó con sorna su hermano, dos años mayor que ella, campeón de bicicros, estudiante de Economía y vicepresidente de la Barra Celeste.

Cuando su madre la vio empezó a gimotear reproches: -- Todo hubiese esperado de vos, pero nunca que seas traidora.

Fue nada comparado con la mirada furibunda que le echó su padre. En sus años mozos, había jugado en la Segunda del Bolivar hasta que una lesión arruinó su carrera de líbero y lo obligó a convertirse en economista y después en ministro de finanzas. Era diestro en los números pero nunca había dejado la pasión del fútbol y menos su amor celeste; por eso, a sus hijos desde que nacieron los vistió de color cielo y los llenó de uniformes, recuerdos y cuanta baratija encontrara de su equipo. A su primogénito lo convirtió sin problema pero a ella nunca, cosa que no le importaba demasiado porque, finalmente, "las mujeres están negadas para las cosas de hombres".

-- ¿Cebra?... Estarás loca -- amenazó el padre mientras dejaba caer el cigarrillo que se apagó ante la visión amarilla y negra.

-- Ahí está. Yo no había sido choli-- dijo serena y salió orgullosa, con polera waldinegra y corazón de tigre. Había marcado su primer gol.
* Fotos: La Razón

2 comentarios:

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