Subo al minibús rumbo al insufrible centro. Tres minutos después el chofer me exige salir: "Bajen, tengo que cargar gasolina a mi princesa", apremia, mientras estaciona su ruinosa nave en la gasolinera. "¡Oojjj!", sueltan los pasajeros y encaran el descenso de la destartalada caja de sardinas con ruedas. Me invade un aire subversivo. Me niego a abandonar mi vasallo trono de linóleo. "¡Qué te pasa joven; bajate pues!", me increpa desde afuera el piloto de marras.
Noto su ceño fruncido, su boca desfigurada, sus ojos colorados. Me provoca el recuerdo de un personaje de una cinta de Disney, que por algún motivo mi memoria mandó al basurero mental. A su lado, el "tirano" de la manguerita se niega a alimentar al vehículo hasta que yo baje. Está apoyado sobre la bomba de gasolina y sonríe sarcásticamente. Sobre su cabeza, un letrero: "Prohibido cargar combustible a vehículos públicos que tengan pasajeros". Me pregunto, ¿acaso la idea no es que el minibús esté vacío ANTES DE INICIAR SU SERVICIO para evitar una catástrofe en el caso de que una chispa haga volar al enlatado por los aires y dañe a los pasajeros? Pero hecha la ley; hecha la trampa, ¿no ve? Los minibuseros igualito nomás llegan con pasajeros hasta la estación y, una vez al lado de la bomba, nos obligan a bajar para "decir" que sí están vacíos. Sólo entonces los "tiranos" de la manguerita presionan el gatillito, sin importar que los viajeros estén poblando peligrosamente el lugar. ¡Esto es igual o aún más riesgoso! Entonces, ¿qué sentido tiene que ahora me baje de esta puta lata de sardinas con ruedas? Si igualito el ¡boom! nos caerá a todos. Así que ¡no bajaré, señor! Lo digo y me palpita el pecho. Desde el interior del latamóvil me emociono, lanzo mi grito de guerra esperando que las masas viajantes alcen su voz y se sumen a mi rebeldía... pero nada de nada. Mis compañeros de viaje están encogidos por el frío, inmóviles, incrédulos ante la pataleta de este barbudo.
"Bajate nomás, pss, joven. Grave nos estás perjudicando..., ¿ya? No seas malito", me amonesta una regordeta mujer que carga en sus espaldas a una moquienta criatura.
Así mi primera batalla ciudadana está perdida. Al final no me queda más que bajar y morder el polvo; o mejor dicho, el cemento bañado en combustible.
Noto su ceño fruncido, su boca desfigurada, sus ojos colorados. Me provoca el recuerdo de un personaje de una cinta de Disney, que por algún motivo mi memoria mandó al basurero mental. A su lado, el "tirano" de la manguerita se niega a alimentar al vehículo hasta que yo baje. Está apoyado sobre la bomba de gasolina y sonríe sarcásticamente. Sobre su cabeza, un letrero: "Prohibido cargar combustible a vehículos públicos que tengan pasajeros". Me pregunto, ¿acaso la idea no es que el minibús esté vacío ANTES DE INICIAR SU SERVICIO para evitar una catástrofe en el caso de que una chispa haga volar al enlatado por los aires y dañe a los pasajeros? Pero hecha la ley; hecha la trampa, ¿no ve? Los minibuseros igualito nomás llegan con pasajeros hasta la estación y, una vez al lado de la bomba, nos obligan a bajar para "decir" que sí están vacíos. Sólo entonces los "tiranos" de la manguerita presionan el gatillito, sin importar que los viajeros estén poblando peligrosamente el lugar. ¡Esto es igual o aún más riesgoso! Entonces, ¿qué sentido tiene que ahora me baje de esta puta lata de sardinas con ruedas? Si igualito el ¡boom! nos caerá a todos. Así que ¡no bajaré, señor! Lo digo y me palpita el pecho. Desde el interior del latamóvil me emociono, lanzo mi grito de guerra esperando que las masas viajantes alcen su voz y se sumen a mi rebeldía... pero nada de nada. Mis compañeros de viaje están encogidos por el frío, inmóviles, incrédulos ante la pataleta de este barbudo.
"Bajate nomás, pss, joven. Grave nos estás perjudicando..., ¿ya? No seas malito", me amonesta una regordeta mujer que carga en sus espaldas a una moquienta criatura.
Así mi primera batalla ciudadana está perdida. Al final no me queda más que bajar y morder el polvo; o mejor dicho, el cemento bañado en combustible.
1 comentario:
Lo describes de manera simpática. El fondo del asunto es que en La Paz no existe transporte público, es un contrato privado cooptado por sindicatos, que no sigue ningún criterio de servicio público y tampoco regulación alguna, ni hablar de un ápice de calidad y derechos ciudadanos.
Tarea pendiente, diría yo, casi irresoluble...
Publicar un comentario