viernes, marzo 9

EN LA SOLEDAD DE BELLOT

La soledad es también una forma de violencia. Y es, quizás, la más feroz de todas porque se alimenta de uno mismo. Perfidia, la obra que Rodrigo Bellot acaba de estrenar en La Paz, se sostiene en su furia. Para comenzar hay que decir que el largometraje se desprende de las narraciones tradicionales. Se presenta un solo protagonista que respira prácticamente en una única locación: su habitación de hotel. Los diálogos son casi inexistentes y es por ello que la imagen cobra trascendental importancia. Apuesta arriesgada ésta que Bellot sortea convirtiendo a la cámara en un implacable bicho hostigador, explorando todas las posibilidades del silencio y transformando la fuerza expresiva del actor en el "texto" del filme. 
Sentado en mi butaca descubrí algo más: que en realidad el protagonista de Perfidia no era aquel joven de buenas nalgas (confirmado: Bellot tiene una obsesión cinematográfica por esta parte del cuerpo) que se mostraba del otro lado de la pantalla. En realidad el personaje era yo, éramos todos los espectadores que poblamos la sala. De a poco, todos habíamos sido engullidos por la soledad de Bellot, ésa que se muestra como su mayor perfidia.

No es una película fácil de digerir. Prueba de ello es que muchas personas terminaron abandonando la sala antes de que culminara la proyección y que otras la criticaran a su culminación. Yo mismo salí con sentimientos encontrados, pero creo que eso es, paradojicamente, lo que al final valoro.

Molesta la indeterminación narrativa de Perfidia, especialmente para personas que requerimos sí o sí de alguna luz argumental. Ya lo había advertido el propio Bellot hace tres años (antes de estrenar Perfidia fuera del país) al señalar que su película no era apta para todo público, que era -por así decirlo- una propuesta intelectual, lo que en realidad define el apego de su obra a los artilugios del cine arte.  
El resumen de la trama es sencilla. Un hombre (Gonzalo Valenzuela) viaja en un bus para, una vez en su destino, alojarse en un hotel con el objetivo de... (bueno, tendrás que descubrirlo en la sala del cine). 
Desde el comienzo el nevado paisaje  hunde al espectador en un gélido horizonte. Poco a poco, desde la butaca, uno comienza a sentirse sitiado por las cuatro paredes de la habitación del hotel y confinado al asedio que la cámara acomete al protagonista. Planos únicos, cercanos; una limitación espacial que construye y contagia una tensión que invita a diseccionar al personaje a través de su intimidad: ya cuando se rasura, ya cuando se corta las uñas. Rituales que desde la butaca se saben importantes pero que no se consigue saber hacia que sendero llevan.

Bellot regala imágenes que de por sí solas son una obra de arte, como cuando el personaje se acuesta en la cama al lado de su víctima. Pero los tiempos espaciados -en muchos casos exagerados- ofrecen algo más: la capacidad de reflexionar sobre nuestras propias soledades, ésto obligados ante la necesidad de armar (entender) el rompecabezas planteado por el director con nuestras propias piezas vivenciales. 
Con todo, Perfidia es una película triste que nos dice mucho de su director. Es un intento desesperado de Bellot por compartir el peso de sus demonios internos con alguien, en este caso con el público. Es así que desde anoche cargo un pedazo de la perfidia de Bellot. Y eso, la verdad, es lo que me molesta.

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