martes, diciembre 18

MI EXPERIENCIA GAY


Sábado. Tocan la puerta (¿Tocan la puerta?). Apenas abro los ojos distingo un 8.10 dormitando en el reloj. Me pregunto si ese “toc-toc” homicida provino de mis adentros. Silencio. Cierro los ojos y retomo mi sueño arrechín.
Tocan la puerta. (¡Tocan la puerta!). Abro los ojos, apuro el cuerpo fuera del reino de sábanas, sacudo el letargo, me dirijo a la puerta.
“¡Quién!”, improviso sin mayor interés.  Murmullos me responden.
Abro.
Una horda de vecinos empijamados se han amontonado en las puertas de mis aposentos para lanzar un ultimátum: “El lunes vamos a cambiar la chapa de la puerta principal y no pensamos darle la llave. Usted no es el problema, ¿sabe?”. Los empijamados buscan que la dueña del departamento que acabo de alquilar asome, de una vez por todas, su figura para pagar deudas pasadas. Claro, tras años de llamados sin respuesta, hallaron en este pechito la mejor arma para extorsionar a la dama en cuestión.
Soy la carne de este distorsionado cañón, el único gil que se animó a ocupar este departamento amenazado por grietas, filtraciones y, ahora, matasietes en pijamas.

Intento persuadir, utilizar mi infalible cuello para convencer a esta tropa en pantuflas que no pueden arrojarme cual zapato viejo hacia las lluviosas calles. Pero me doy cuenta que mientras más hablo, más fruncen el ceño. No me miran a los ojos, no escuchan mis palabras; apuntan sus lanzas a mi pecho, a mis shores estrechos. Pronto intercambian miradas y, sin mayores explicaciones, las huestes empijamadas me dan la espalda y se alejan en romería mascullando dios sabe qué.
Cierro la puerta. Entro al baño. Me miro al espejo y le pregunto a esa figura lagañosa la razón por las que mis palabras, lejos de calmar, encendieron. De pronto, de reojo, observo las letras estampadas en mi polera-pijama: “Festival Transgénero. Sí a la ley de identidad de género en Bolivia”.

¡Mierda! ¡Mis vecinos…! ¡Piensan que soy gay!

Y lo que al comienzo parecía hasta cómico se ha transformado en una cuita, en una demostración en carne viva de que la intolerancia hacia gays, lesbianas, bisexuales y transgéneros (LGBT) se mantiene vigente como ayer. Claro, sencillo es decirlo y escucharlo cual cliché de ONG. Pero nada como calzar los zapatos del otro para experimentar y comprender a ciencia cierta de qué se habla cuando se menciona la intolerancia hacia quienes han elegido una orientación sexual o de identidad de género distinta a la que natura les dio. Nada como vivirlo. 

Desde aquel amanecer mis vecinos me tratan cual extraterrestre. Ayer nomás me choqué con uno de ellos en las gradas. Tenían que haberlo visto al pobre encorbatado, arrimando sus huesos a la pared cual chicle recién mascado para no “contaminarse” con mi “enfermedad”.
El asuntito ha saltado hasta las redes sociales. Desde que, por mi trabajo, ando promocionando hace más de un mes actividades LGBT se han generado reacciones variopintas: desde la tía que cuestiona “pero qué le pasa al javierito”, pasando por quien escribió en mi muro de Facbook que saque “esas cochinadas”, hasta llegar a la pérdida de más de una decena de seguidores en Twitter.

Planteadas así las cosas, se ve que será una tarea por demás titánica para los colectivos LGBT en Bolivia reivindicar ante la sociedad el derecho de hombres y mujeres a vivir bajo la orientación sexual y de identidad de género de su preferencia. Titánica cuando continuamos alimentando cotidianamente la intolerancia hacia el “otro”. Ya utilizando términos como “gay”, “marica” u “homosexual” para hilvanar el insulto fácil que busca menoscabar la “masculinidad” (entre los fanáticos del fútbol paceño: strong-gay, choly-gay); ya alimentando fundamentalismos religiosos que rayan en lo criminal (la instalación de clínicas de deshomosexualización privadas en Ecuador).
Demasiado profundo se ha incrustado en nuestra piel ese chip que nos mueve a rechazar todo lo que se sale de la cuadrícula. Nos asusta aventurarnos fuera de los márgenes y se nos es sencillo y políticamente correcto condenar a aquellos que así lo hacen. 
Por supuesto que no es sencillo reformatear ese chip, lo sé muy bien. Me sucede al cuestionar temas puestos sobre la mesa del debate como, por ejemplo, los desfiles del orgullo gay (mucho espectáculo cirquero para mi gusto) o el pedido de parejas gay de, en un futuro, poder acceder a la adopción de niños. 
Pero también estoy plenamente convencido de que más grande aún debe ser la lucha por defender a ultranza las libertades individuales. Y una de ellas es la libertad de elegir la orientación sexual y de identidad de género que nos llene como personas libre pensantes.
Por lo menos, la camiseta ya la tengo puesta, pese a quien le pese.

1 comentario:

Michus dijo...

Del ejercicio de nuestras libertades se trata. Buena Javierito.