domingo, diciembre 9

TRANSITANDO LA DANZA CONTEMPORÁNEA BOLIVIANA



El cuerpo es el último bastión de la libertad humana. Es a partir de esta estructura cimentada en hueso y carne que el ser humano amplifica sus emociones. Cada movimiento se transforma en un manifiesto de identidad, una narración de lo que somos y de lo que queremos (pretendemos) ser. Y es precisamente a través de la danza que esa independencia con sello corpóreo celebra y se expresa con mayor ímpetu. Y así como el cuerpo es mucho más que una simple masa corporal, el baile es más que movimiento. Es una herramienta que nos permite reconocer nuestro cuerpo como un espacio político de decisión, de placer y de libertad. ¿No es acaso una declaración política el tomar las calles danzando para reafirmar nuestra esencia cholo-mestiza?
La danza es una construcción de subjetividades que no acepta ataduras. Lo entendió así la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan hace más de un siglo cuando decidió abandonar las clásicas zapatillas de ballet para salir al escenario descalza, con una sencilla túnica como atuendo y desafiando con sus movimientos la ley de gravedad. Ésos fueron los cimientos sobre los que se fundaron las bases de la danza contemporánea, expresión que nació como una reacción a las formas clásicas del arte, como un grito del cuerpo por expresarse con mayor libertad. 

Esos vientos emancipadores llegaron de forma tardía a Bolivia.






Fue recién en la década de los años 70 del siglo pasado que la danza contemporánea se instaló en el corazón del país, Cochabamba. Responsable de este acontecimiento fue una entonces jovencita Melo Tomsich, que acababa de retornar al país cargada de nuevos lenguajes corpóreos y que no dudó en compartirlos con una generación de danzarines como Sylvia Fernández, Wálter Albarracín y Patricia Sejas.

Nació así un semillero de danza contemporánea que hoy continúa sumando nuevos nombres. Son ellos (maestros y alumnos, bailarines y coreógrafos) quienes, desde sus propias realidades, están inmersos en un camino de experimentación, de búsqueda de identidad hacia una fisicalidad del cuerpo boliviano. Allí están, por ejemplo, Sylvia Fernández deconstruyendo y re-escenificando el ajayu paceño; Maque Pereyra explorando con movimientos la memoria histórica nacional; Carmen Collazos nadando en la intimidad de lo que implica vivir en contextos urbanos; y Ana Cecilia Moreno, explorando lo femenino y su relación con la tierra.

Sus voces, junto a otras más, acaban de ser rescatadas en el documental Palabras y movimiento(s). Danza contemporánea en Bolivia. El audiovisual, una producción conjunta de El Gangocho y ARTErias Urbanas, no sólo permite celebrar la danza a través de la proyección de propuestas dancísticas de coreógrafos y bailarines bolivianos, sino que ofrece enriquecedoras reflexiones en torno al futuro de la danza en el país. Infaltable, por ejemplo, la mirada siempre crítica de Melo Tomsich, que acaba de cumplir 40 años de carrera artística. La maestra de maestras apunta a que no se debe danzar por danzar, bailar “moderno” porque está de moda.
La danza es un arte y como todo proceso creativo requiere que el artista asuma un compromiso de investigación previa que, hay que decirlo, en algunos casos se muestra ausente. Así, el documental se convierte no sólo en un registro de las propuestas bolivianas actuales, sino en un espacio para el análisis, en una pieza que será fundamental para las próximas generaciones de danzarines y coreógrafos que vengan para entender este proceso que, a pesar de tener 30 años, sigue siendo fundacional.

Es, en definitiva, un primer intento de plasmar fuera del escenario lo que está aconteciendo en la danza contemporánea boliviana, ante la falta de publicaciones y estudios especializados sobre este movimiento. Ése es su gran valor. Sin embargo, se extraña en Palabras y movimiento(s). Danza contemporánea en Bolivia la recuperación histórica de esta disciplina; una breve narración de los orígenes y de rescate de las y los protagonistas que marcaron el inicio de este andar.

El documental se presentará este martes 11, a las 19:00, en la Alianza Francesa. Se trata de una de las actividades con las que, ese día, se inaugurará el nutrido programa de Danzénica, el primer encuentro boliviano de coreógrafos. Este evento, organizado por Vidanza, permitirá aproximarse al caminar de los actores de la danza contemporánea, a través de presentaciones de obras, conversatorios y mesas de diálogo que contarán con la presencia de representantes de compañías de todo el país.

Se trata de uno más de los pivotes en este entramado articulador que han encarado danzarines y coreógrafos bolivianos con el lanzamiento de El Gangocho (www.elgangocho.org), la primera red de danza contemporánea boliviana, que también será presentada oficialmente el martes. Una docena de compañías forma parte de este ambicioso proyecto de articulación, apoyado por la Fundación Hivos, que busca la promoción de las compañías bolivianas de danza contemporánea para, asimismo, unirlas a una casa mayor: telArtes, la red de artistas, espacios y gestores culturales bolivianos.

Los retos son mayúsculos, de aquí en más, para bailarines y coreógrafos. Uno de ellos es tocar a la gente, captar nuevo público. Pues no deja de ser una paradoja que en un país que baila, donde sus habitantes se apropian de calles y avenidas para celebrar su libertad a través del cuerpo, los escenarios estén cada vez más vacíos.

Quizás sea hora de imitar a Isadora Duncan y lanzar, desde lo contemporáneo, nuevos gritos de rebeldía corporal, pero esta vez extendiendo la mano al mal llamado “arte popular”.


Publicado en el suplemento Ideas, de Página Siete.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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