Saddam Hussein está muerto. El flamante gobierno chiíta difunde un video de 20 segundos con un plano cerrado y sin sonido del dictador ahorcado y “bien muerto”. Saddam está colgado y no hay nada más para mostrar. Hasta que a las pocas horas una filmación vía celular, de 2 minutos y 43 segundos, enseña –desde Internet y a todo el mundo– un cuadro más amplio. Los testigos de la ceremonia son todos chiítas, Saddam invoca a Alá, y ellos en respuesta vitorean a Moqtada al Sadr, jefe de una de las principales milicias en contra del líder derrocado. Saddam sube por la escalera, que conduce a la horca. Le ajustan el nudo en su garganta y alguien del público grita: “Vete al infierno”. Saddam, imperturbable, recita la shahada , la profesión de fe musulmana, y cae al vacío. Hay gritos, la cámara se mueve y está fuera de foco. “El tirano ha caído, maldita sea”, vocifera alguien. Otro se entusiasma; “Que siga colgado durante 8 minutos”.
El video todavía se encuentra en YouTube, sin mayores inconvenientes. Lo vieron millones de personas, porque no deja de ser un documento histórico; por curiosidad y placer. La muerte de Saddam es nada más que uno entre los cientos de casos que la filósofa italiana Michela Marzano analiza en La muerte como espectáculo (Tusquets). En apenas cien páginas esta profesional del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia, deconstruye el surgimiento de la “realidad-horror”, las razones de los grupos terroristas islámicos para difundir decapitaciones de rehenes y la utilización política que hizo Occidente de ellos.
Pero para el momento de la ejecución de Saddam, la historia es vieja. El 3 de abril de 2000 el servicio de prensa del gobierno ruso envió al Consejo europeo en Estrasburgo, un video con crímenes filmados de y por guerrilleros presuntamente chechenos. En primer plano, uno de los guerrilleros le corta la cabeza a un hombre joven, se apodera de ella y la exhibe ante la cámara. Después de eso, las ejecuciones empezaron a circular a la Red como moneda corriente. Las guerras en Irak y Afganistán se convirtieron en un caldo de cultivo para estas películas macabras. “Son la prueba de una nueva forma de barbarie. Los asesinatos se cometen sólo para poder filmar estos videos”, sentencia Marzano del otro lado del teléfono y desde su casa en París.
Sin embargo, como usted recuerda en el libro, en la Edad Media también había ejecuciones públicas, que funcionaban cómo entretenimiento. ¿Qué cambió ahora? "Las ejecuciones en el pasado reciente también eran filmadas, pero la ejecución tenía lugar independientemente de que fuera filmada o no. Se podía hacer un reportaje sobre la pena de muerte o se podía de manera morbosa curiosear e ir y ver; pero la muerte no ocurría para que fuera filmada. La novedad reside en el hecho de que el orden de las cosas se invierte. No se filma una muerte que igual iba a ocurrir, sino que se asesina a alguien para poder filmarlo y hacer circular el video por Internet. Esas imágenes se consumen como si fueran una ficción".
Texto: GUIDO CARELLI LYNCH. Fragmento de la nota publicada en la Revista Ñ de El Clarín
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