Una guerra se desarrolla en Pucarani, en pleno altiplano paceño. Allí, una veintena de personas lucha desesperadamente por salvar su vida. Es una contienda, sin embargo, en la que llevan todas las de perder; al final, tan sólo un 20 por ciento saldrá victorioso. Ellos lo saben, pero igual se mantienen firmes, desafiando esa sentencia de muerte que ha sido dictada por el consumo de drogas y alcohol.
El campo de batalla se alza en las instalaciones del Centro Boliviano de Solidaridad ‘Vida’, una comunidad que lleva 20 años rehabilitando a jóvenes y adultos adictos. Se trabaja bajo el paraguas del Proyecto Hombre, que busca que la persona identifique el problema existencial que le ha llevado hacia el consumo de drogas y alcohol. Todo en un marco terapéutico que apunta a que el individuo recupere su autoestima, su sentido de la responsabilidad y su capacidad para tomar decisiones y volver a ser miembro activo de la sociedad.
Se dice fácil, pero en la práctica no lo es. Lo sabe muy bien Luis (nombre ficticio, como el del resto de los adictos mencionados en esta nota), uno de los residentes recién llegados a lo que todos llaman la casa. Luis cuenta con 23 años y tiene toda la pinta de provenir de una familia acomodada. Cuenta que comenzó a fumar marihuana a los 12 años. Mientras habla se muestra inquieto. Dice que sufre de insomnio e irritabilidad. Luego me explican que esto es debido al síndrome de abstinencia que sufren todos los drogodependientes que se inician en el programa.
Luis lleva una semana sin consumir ninguna sustancia ilícita, todo un éxito para una persona que en sus 11 años de adicción llegó, incluso, a experimentar con hongos.
“Por curiosidad encendí mi primer porro (cigarrillo elaborado con marihuana) y luego no pude parar. Pero ya me cansé de vivir mal; como que te das cuenta que tu vida es una mierda y quieres que te dejen de ver como a un bicho raro... ¿Sabías que sólo dos de cada 10 adictos lograrán recuperarse?”, suelta con un aire de resignación. Pero inmediatamente después se automotiva. “Yo voy a salir adelante, voy a rehacer mi vida”.
Mates de lechuga y de zanahoria ayudan a Luis a calmar los efectos de la abstinencia. Pero el arma fundamental para ayudarlo a superar esta fase es el sinceramiento.“Se hace un colchón colectivo entre todos los miembros de la familia para apoyar al individuo y crear confianza. Luego, a través de los grupos de terapia, comienzan a verbalizar sus molestias. Por primera vez se enfrentan a sí mismos. La idea es que tengan claro que el problema no está en el alcohol o en las drogas que consumen, sino en su interior. Cuando esto sucede, están listos para encarar una nueva fase”, explica Gualberto Zambrana, uno de los terapeutas de turno. Y Zambrana sabe de lo que habla. Después de todo, él es uno de los soldados que venció la guerra contra la adicción a las drogas. Y ahora se encarga de lograr que otros lo hagan.
Texto y fotos: JB. Fragmento del reportaje publicado en Escape
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