Las mentes más brillantes del mundo quemaron miles de neuronas e invirtieron décadas de sus vidas para lograr la tecnología necesaria para hacer del celular ese bicho multiuso en el que se ha convertido ahora. Grabadora, cámara fotográfica, almacén de música, ventana a internet… En fin, toda una parafernalia inalámbrica alojada en un aparato que se amolda a la palma de la mano y que, de paso, nos ayuda a comunicarnos. Parecería un gran avance para la humanidad, ¿no ve?. Pero el uso que le damos se podría decir que es vergonzoso y no le hace mérito al monumental trabajo científico que se requirió para la evolución del teléfono móvil (¿te acuerdas de aquellos ladrillos de Telecel?).
“¡Dónde estás!”
“Ya, calentá la comida nomas”
“Ya estoy llegando jefe, a una cuadrita estoy”
“Le has dado de comer al chapi”
“Un cachito me voy a atrasar”
“¿Estaba con otra ñataaa?, uta”
Frases telegráficas y sin mayor relevancia…, toda una oda a la comunicación humana contemporánea, claro está.
El celular, en todo caso, llega a cumplir funciones no previstas por sus creadores. Es un buen instrumento, por ejemplo, para reconocer a los mentirosos dentro de un minibús.
“Ya estoy en Obrajes”, se oye, cuando en realidad todos los pasajeros estamos trancados en la Av. 6 de Agosto.
También para pintear ante nuestro chekeo, haciéndonos los de la llamada importante cuando, en realidad, no hay nadie al otro lado del auricular. “Con una mano lo he revolcado a golpes a ese malcriado”.
Me encanta esa gente que siempre anda comprando lo úllllllllltimo en lo referido al grito de la moda tecnológica del mundo celular. Puedo asegurar que al final terminan utilizando tan sólo el 1% de las herramientas y las capacidades del aparato.
También me divierte el intentar descifrar la personalidad del usuario del teléfono a partir del ringtone que utiliza. Los de vanguardia con su Lady Gaga y los de retaguardia con sus baladas mexicanas; los clasiqueros con su nostalgia por el pasado y los cumbieros con su mirada puesta en el viernes de soltero.
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