Estoy a tan sólo 50 metros de alcanzar la gloria, la cumbre del Huayna Potosí. Han pasado siete horas de un inverosímil y tortuoso ascenso por parajes de nieve no aptos para el tránsito del ser humano, hasta alcanzar los más de 6.000 metros de altura sobre el nivel del mar (msnm) donde me encuentro, literalmente, de rodillas. Frente a mí se muestra la etapa final, la intimidante cresta que me separa de la cima: un empinado ‘sendero’ de apenas 30 centímetros de ancho, asediado por el vacío. “No te preocupes; si caes por un lado, yo me lanzo hacia el otro y ambos quedaremos cual péndulo colgando de la cuerda”, explica Marcelo Gómez Sainz. Su ilustración no me convence. Pero el guía se muestra inconmovible, parado sobre esa ‘calzada de la muerte’. Está sujetando la cuerda que me ha unido a él, cual cordón umbilical, durante toda la travesía. “¡Vamos!”, exige. Pero mis enclenques piernas no responden, mi cabeza quiere estallar por la falta de oxígeno, al igual que mi corazón que busca salir expulsado como una flecha de mi pecho. En definitiva, mi cuerpo y mi mente se han rendido. “¡Ni un paso más! Volvamos al campamento”, suplico, mientras me pregunto cómo me metí en este embrollo.
El Huayna Potosí (cerro joven) se encuentra a 6.088 msnm y a 25 kilómetros de la urbe paceña. Debido a su proximidad con la ciudad, es una de las más visitadas de la Cordillera Real por los montañistas aficionados del extranjero, que llegan hasta el nevado que es considerado como el más accesible de los picos del país. Paradójicamente, son pocos los visitantes nacionales que se aventuran al lugar. Es por ello que la empresa Adventure Climbing and Trekking (www.adventureco-bo.com) se ha impuesto la tarea de impulsar el montañismo en este sector. Y para ello no es necesario que la persona cuente con experiencia previa ni un estado físico envidiable —como lo comprobé—, ni que invierta en la compra del dispendioso equipo de alpinismo. La operadora de turismo se encarga de brindar todo el equipo técnico y humano (guía profesional, cocinero y porteador), así como el entrenamiento previo para garantizar la conquista de la cima.
El Huayna Potosí alberga a una infinidad de hijos. Se trata de una serie de personajes que han decidido dedicar gran parte de su vida al nevado, impulsados por la experiencia del montañismo.
Allí está Patricia Altamirano (24), la primera mujer guía del país. Esta joven, que junto a su familia lleva seis años gerentando el refugio Casa Blanca —ubicado en el campamento base, a 4.800 msnm—, tiene una extraña conexión con el Huayna. Patricia comenzó a escalar la montaña a los cuatro años, junto a su padre. Para cuando cumplió los 15 ya había alcanzado la cima y cuatro años después comenzó a trabajar como guía. Un trabajo que pese a la experiencia que se tenga, no está exento de peligros. El año 2008, por ejemplo, una avalancha de rocas cayó desde la cumbre. Altamirano inmediatamente protegió con su cuerpo a su cliente. Terminó con la columna y la pierna derecha lastimadas. Después de 10 días de permanecer interna, ella dirigió sus primeros pasos fuera del hospital hacia su razón de ser: el Huayna Potosí. “No hay lugar donde sienta tanta paz como en este nevado ni experiencia que se compare a conquistar su cumbre”, manifiesta.
Toda expedición se inicia en el refugio de Altamirano. Al día siguiente se asciende durante dos horas hasta el campamento alto, que se alza a 5.130 metros de altura. Allí está el refugio Las Rockas. Eulalio Gonzales Mamani es el dueño del lugar. Montañista “desde el vientre”, Gonzales infla el pecho cada vez que rememora la aventura que significó construir durante más de tres años el refugio de piedra. “Todo el material de construcción se subió sobre hombros: las bolsas de cemento, las vigas de madera; muchas veces, el viento se llevaba las venestas…”. El sacrificio fue alto, pero los frutos ya se ven. Siempre con clientela, el refugio genera ingresos para los comunarios del área, en total un 30 por ciento va a ellos. A pesar de esto, ahora están exigiendo a Gonzales que el porcentaje se incremente, lo que pone en riesgo la sostenibilidad del espacio.
Pero Gonzales no piensa salir de la montaña. Conoce sus recovecos como la palma de su mano. En octubre del 2010, el montañista rescató los restos del piloto Rafael Pabón Galindo, cuya nave se había estrellado, en los años 80, en la cara norte del nevado. Fue la madre del aviador quien, hace siete años, se acercó a Gonzales para asegurarle que en sus sueños lo había visto a él rescatando a su hijo. “Me impresionó. Me dijo que su hijo le ‘habló’ y que le reveló que estaba en la parte alta… Incluso me dio un dibujo”. Para sorpresa del experimentado hombre, el improvisado mapa coincidió con el lugar donde, al final, fue hallado Pabón.
Son las 20.00 y en el refugio del campamento alto sólo reina el silencio. Hay al menos tres expediciones distintas que se refugian en el lugar, pero todos sus integrantes buscan descansar, debido a que la escalada a la cima siempre se debe iniciar en la madrugada, máximo a las 3.00. Pero para alguien sin experiencia en estas lides, ni entrenamiento previo, resulta difícil conciliar el sueño. La falta de oxígeno y la suculenta cena (en nuestro caso, dos pedazos de carne con puré) —que busca brindar energía extra al cuerpo— dificultan el encuentro con Morfeo.
El ascenso a la cima se realiza a oscuras. Sólo la tenue luz de las linternas ayuda a ver el sendero dejado por los que salieron primero. El silencio conmueve y la nieve hipnotiza, en especial esos diminutos resplandores que, cual estrellas, surgen de ella. La penumbra muere de a poco y los paisajes comienzan a deslumbrar. A lo lejos, las luces de la ciudad de El Alto.
Pero el cansancio hace que el paso sea una odisea. Para disimular el agotamiento, cada montañista lleva en su mochila una importante ración de dulces. Pero no es suficiente. “Todo está en la mente… hay que dominar el cuerpo si se quiere conquistar la cima”, dice Marcelo Gómez Sainz, guía de Adventure Climbing. Mientras avanzamos cansinamente (el cliente siempre marca el paso, pero es el guía quien va al frente), observamos a algunos aventureros quedarse en medio camino y retornar hasta el campamento alto con sus guías.
Tras siete horas de imparable ascenso, me hallo cruzando la cresta que me separa de la cumbre del Huayna Potosí. Trato de no observar el precipicio que se abre a mis pies, pero es imposible. Siento las piernas temblar, pero a la distancia es la voz de Marcelo la que me impulsa. ¡Ya casi! ¡Ya casi! Paso el sendero y se muestra la cumbre en todo su esplendor. Lloro mientras el guía me da un abrazo. Luego nos sentamos y, en silencio, contemplamos el paisaje que regala el Huayna Potosí. Ha llegado la hora del descenso.
Texto y Fotos: J.B. Nota completa en La Razón
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