martes, junio 28

LAS CANAS DEL 36

Pobrecito 36. Llega y pasa por la vida de uno sin dejar mayor rastro. Sin chiste el pinche numerito. No es representativo como el 15 en las mujeres o el 18 en los varones. No es simbólico como los 33 de Jesucristo, los 12 de Lolita o el 69 de los amantes. No sentencia como los 21 en la juventud o los 50 en la adultez. Ni siquiera puede decir que está en el umbral de los 40, pues ese puesto se lo ha ganado el 39.
La verdad, pena me da el 36. Y, sin embargo, aquí estoy… a días de encallar en su vidriosa hondura. Y así me lo andan recordando...

- Y, ¿cuántos cumples? -

- 36 -

- ¡Uyyy! -

¿Se será ya viejo a los 36? Ni idea, lo cierto es que la inevitable llegada del maltrecho dígito ha impregnado de otoño mi piel. Hace semanas, por ejemplo, que me he dado cuenta de que le hace más frío a mis huesos, que he dejado de suspirar tan a menudo, que procuro acostarme a horas prudentes, que reniego de la estridente música adolescente, que sueño menos y me asusto más y -lo peor del asunto- que ¡unas 200 canas han tomado por asalto mi cabeza!
Retroceder en el tiempo se me hace más difícil y los rostros de mi niñez y de mi adolescencia se van transformado en fantasmagóricas figuras. Se salvan pocos de esta especie de infernal goma de la memoria. Uno de ellos es Álvaro Antezana. Retrocedo con su frágil recuerdo a los 17, cuando una noche, borrachos en la plaza Uyuni, divagábamos en qué andaríamos haciendo a los 35. ¿Qué nos diríamos hoy Alvarex? ¡Qué huevada! Nada de lo que planeamos se ha cumplido: ni salvamos al mundo, ni nos convertimos en millonarios, ni conquistamos a la curvilínea doñita del mercado Yungas; ni nada de nada...
Con todo, espero que este 36 se vaya tan pronto de mi vida como sea posible. No es nada personal 36, espero que comprendas; pero llegas en una etapa medio huevada en mi existencia. Mejor esperaré el arribo del 37, a ver que sorpresas me trae este pituco número.

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