De pronto nomás me ví sacándome la chamarra, agarrando una piedrita y desafiando a mis hijas a una partidita de tunk'uña, ese envejecido juego donde hay que saltar sobre un pie sobre diminutos cuadritos numerados. Claro, tanto tiempo pasó desde la última vez que jugué tunk'uña en el callejón de la Yungas, que tuve que leer las reglas para explicárselas a mis wawas. Y vaya que les encantó. Tanto que me pidieron la revancha, a la cual accedí, perdiendo esta vez de forma vergonzosa ya que mi sedentario cuerpo colapsó en el piso ante tanto traqueteo físico.
Minutos después, las peques me habían colgado del brazo una bolsita de mercado. Ni modo, comencé a comprar con platita imaginaria la fruta de juguete del tambo instalado en otra de las salas del Pipiripi. Luego mis hijas me vistieron a la usanza de los "caballeritos" de los 1900, después como campesino y, finalmente, como un ch'uta danzarín en el sector de los trajes de antaño.
Fue un sábado especial, pa que; nunca había visto a mis peques tan contentas con su barbudo padre. Tan sólo lamento el haber olvidado por completo el truquito para hacer girar el trompo de madera, juguete con el que de pequeño humillé en más de una ocasión a contendores de peso como Jaime Mendoza.
Gran idea la del Pipiripi -cargado de juegos de antaño-, aunque ya sufre ante la costumbre destructiva de los paceños. Los aparatos de sonido, instalados por Pro Audio, son ya piezas de museo; a muchos les arrancaron los botones. Supongo que esa práctica de los "pico verde" no cambiará, como tampoco mi decisión de prepararme estas semanas para vencer a mis peques en la partida definitiva por el campeonato de tunk'uña.
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