martes, noviembre 29

MARIANO BAPTISTA GUMUCIO, EN PRIMERA PERSONA

50 pesos. Eso cobró la partera para arrebatarme del vientre de mi madre. Era el 11 de diciembre de 1933, el mismo día que mi familia recibió el telegrama que anunciaba la muerte de mi tío José Vallejos en el combate de Nanagua, en las tierras del Chaco. Desde entonces no se festejó el día en que nací, sino el día después.
 

Me nombraron Mariano, al igual que mi bisabuelo y que mi padre. Y como ellos, cargo en mis espaldas el sobrenombre de Mago. Claro, nada tiene que ver con alguna cualidad sobrenatural, pero esa historia se la contaré al final.
14.35. Mariano Baptista Gumucio se prepara para desatar sus recuerdos en la grabadora del periodista que citó a las 15.00 en su oficina. Mientras espera —con una corbata negra que delata su dolor por la reciente muerte de Bernardo, su hermano—, el historiador, periodista y diplomático cochabambino repasa sus 73 años.
 

Los primeros Baptista, de origen portugués, llegaron a Potosí en el siglo XVIII. Al primero que descubrí fue a mi tatarabuelo, José Manuel, quien fue víctima de la persecución política del gobierno de Belzu. En vano la familia lo escondió por ocho meses dentro de un cuarto oscuro. Cuando salió tenía la vista dañada... Murió ciego.
A la par de la política, las guerras causaron dolor a mi entorno. Mi padre, Mariano Baptista Guzmán, no recuperó su salud a su retorno de la Guerra del Chaco. Y mi tío abuelo, Luis Baptista, murió a los 20 años en la Revolución Federal de 1898. Su cadáver desapareció en combate. Desesperada, su hermana fue a buscarlo, pero no lo encontró y al final enloqueció.
La virulencia humana se me mostró descarnada en mi niñez cuando presencié el colgamiento del presidente Villarroel. Desde entonces, antes de saber sobre la existencia de Gandhi, me hice practicante de la no violencia. Eso, sin embargo, no significó que no luchara por lo que creí era justo. Lo hice desde el colegio, donde confieso fui un estudiante conflictivo.
Siempre consideré que la escuela es un gheto donde se encierra a los niños por 12 años dentro de parámetros, horarios y programas cargados de monotonía absoluta. Y así lo denuncié luego en Salvemos a Bolivia de la Escuela (1972).
Nunca olvidaré el día que me expulsaron del San Calixto. Tenía 16 años y durante la hora cívica se me ocurrió leer la Tesis de Pulacayo —documento revolucionario del movimiento obrero—. Los curas se enfurecieron, dijeron que yo era un comunista y me echaron.

14.40. El periodista repasa el caminar de Baptista en el área educativa. “Tres veces ministro de Educación y Cultura, condecorado por la Unesco por un programa de alfabetización —interrumpido por un golpe militar—, galardonado este año por el Senado Nacional con la Bandera de Oro por su aporte a la educación y la cultura”.

 

Confieso que no sé bailar..., prefiero oír música. Adoro las melodías clásicas y las cuecas de la Guerra del Chaco. Sin embargo, poco tiempo tuve para este pasatiempo cuando al salir bachiller trabajé como Secretario Privado del presidente Paz Estenssoro, en 1952.
Tenía 18 años, un automóvil con chofer en la puerta del Palacio y un asiento en primera fila de este proceso revolucionario. A pesar de esa cercanía, nunca llegué a intimar con Paz; él era demasiado frío.
La labor que más me apasionaba entonces era el escribir los discursos de Paz. En Ecuador, sin embargo, compaginé mal las páginas y el Presidente tuvo que improvisar; al final no me recriminó.
El distanciamiento llegó luego de mi retorno de Europa, donde trabajé en varias embajadas. Un acusete le dijo que yo había saludado en la calle a uno de sus rivales y enfureció. Decepcionado por el rumbo de la revolución, decidí irme a Venezuela por 10 años. Así culminó mi etapa de político militante. Había comprobado las palabras de Jorge Luis Borges: “Las ideas nacen tiernas pero envejecen feroces”. El periodismo, la historia y la cultura esperaban por mí.


14.55. En el hall del edificio Cosmos, donde está la oficina de Baptista, la tele muestra Identidad y Magia de Bolivia, programa en el que el viajero recorre Bolivia con su filmadora como única compañía y usa sus pies como el mejor medio de transporte para mostrar la diversidad existente en el país.

 

La etapa más agitada de mi vida llegó con el golpe de García Meza, en 1980. Yo dirigía el vespertino Última Hora, espacio que se jugó enteramente por la democracia. En ese periodo el régimen secuestró las ediciones, allanó el periódico y me tomó preso; pero nos mantuvimos firmes hasta que finalmente los militares cayeron.

Por una década mi hogar periodístico fue Última Hora. Allí fundé la revista cultural Semana. Cómo olvidar la polémica que se formó cuando decidimos poner chicas en cueros en la portada. “Escándalo”, dijeron. Yo respondí: \'Hay exiliados, confinados y torturados en el país... ¿Cómo se van a ocupar de un par de tetas?\' Luego lanzamos la Biblioteca Popular, donde editamos 300.000 libros de 50 autores noveles y otros consagrados. La respuesta del público fue increíble.
Cinco décadas de labor periodística me hicieron todo un as en el manejo de la máquina de escribir. Debo confesar, sin embargo, que aún no he sido seducido por la era de la computación. Y ahora, cuando las viejas teclas de metal son obsoletas, recurro a la ayuda de una secretaria para transcribir las investigaciones, ensayos y antologías que hasta hoy suman unas 50 publicaciones en mi haber.
De todas ellas me quedo con el rescate de los personajes que marcaron la historia del país, pero que las nuevas generaciones lamentablemente parecen desconocer. José Cuadros, inventor del MNR; Augusto Céspedes y Augusto Guzmán, escritores de una pasión estremecedora, son algunos de los hombres cuya memoria y amistad intenté honrar con mi trabajo.
Mis indagaciones me llevaron a descubrir hechos fascinantes. Que Wálter Guevara Arze, cumpliendo el pedido de su padre de no abandonar los restos de su hijo en el campo de batalla, quemó a su hermano y guardó sus cenizas hasta la finalización de la Guerra del Chaco. Que Franz Tamayo fue en realidad adoptado por un hacendado quien quería ver hasta dónde podía llegar la raza aymara con la mejor educación posible...

 

15.10. Mariano Baptista se enfrenta al aluvión de preguntas. “¿Qué detesta más?”. La impuntualidad. Goni llegaba tres horas tarde a sus citas, toda una grosería. “¿Cuál es su mayor temor?”. La muerte, pero prefiero no pensar en ella; sé que está por allí, que anda cerca. “¿Por qué le dicen Mago?”. Por mi bisabuelo, Mariano Baptista Caserta, presidente en 1892. En la convención de 1880, frente a un auditorio totalmente properuano, volcó la opinión de la asamblea para que Bolivia firmara la paz con Chile. Él temía que las tropas llegaran hasta La Paz. Al final salió en hombros y lo llamaron Mago.

Texto. J.B. Publicado en Escape el 2007










2 comentarios:

Anónimo dijo...

Conocí a rossana baptista en el año 1977, y me quede locamente enamorado de ella, su pintura, su creatividad, a tal punto en que todos los días le escribía una carta, quería casarme con ella ya y empezar a crear juntos, a escribir a su lado, a hacer música, yo sabia el destino que me esperaba con ella ... todo un mundo de creacion, teniamos los dos 16 años... de verdad.. ¿porque no me escribe ya ha pasado un mes...., le escribí 30 cartas!!!! hasta que recibí su carta, mis manos me temblaban, que diría???? que regrese ya a la hermosa ciudad de la paz, que ella me esperaba con los brazos abiertos para pasar toda esta vida juntos haciendo arte poesía teatro música y canto??? pero abrí la carta, que letras mas bonitas, eran como la miniaturas de sus dibujos, a los cuales adoraba y leí esto: "Nunca pensé inspirar un amor tan trágico y tan patético".... ese año supe que no tendría nunca una esposa en este planeta...

El del Ágora dijo...

Gracias por esta crónica sobre el Mago... siempre fue un innovador...