El cuarto huele a ausencia, al pelaje mojado de una manada inmunda de perros en combate. Es un bálsamo que hiere, que trepa paredes y humedece.
Su fetidez pulsa mi piel; seca mi boca y agría mi aliento.
Veo los muros encogidos de mi vida y descubro que no podré huir de tu destierro. Así que resignado me desnudo y dejo que el hedor de tu abandono bañe mi faz. La peste engulle agradecida las últimas trincheras y penetra victoriosa.
Y de pronto el cuerpo me sobra; se descompone como un rompecabezas inacabado. Los huesos se derriten y surgen hambrientas sombras que maman su pegajoso néctar. Se multiplican de mi; se multiplican de ti.
Y de pronto el cuerpo me sobra; se descompone como un rompecabezas inacabado. Los huesos se derriten y surgen hambrientas sombras que maman su pegajoso néctar. Se multiplican de mi; se multiplican de ti.
Fétidas, con la barriga hecha un globo, se alejan de mis restos. Se arrastran cansinas, aplastadas por esqueletos enamorados.
Odio la permanencia de tu voz, ese eco sin cuerpo.
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