jueves, noviembre 22

EL BAÚL DE LA MEMORIA


Episodio de mi niñez registrado por mi madre. Entonces yo tenía 5 años. 

Mi vida cabe en un cajón de 80 centímetros. Es a este baúl donde arriban mis recuerdos para morir. Y si bien nada de especial hay por fuera de esta caja -que me sirvió de maletín, ropero, caja fuerte y alacena en el cuartel-, su interior aprisiona cerca de 40 años de recuerdos. Y ese hecho convierte a esta pieza de palo en una poderosa herramienta de evocación. 
¿Cómo terminé viviendo de la escritura con una ortografía tan vil?
Desde un botón hasta una bala; desde un test de embarazo hasta una carta jamás enviada…; todo lo que soy, amé y aborrecí se anida en la panza de esta ballena de madera. Cierto, no todos los hechos o personas que tocaron mi vida habitan este espacio, pero estoy seguro de que si mi universo volviera a ser germinado, el big bang inicial podría darse con los elementos que se encuentran en su interior. Y esa certeza intimida. Hace años que no me hundía en sus entrañas, pues las pocas veces que lo hice acabé con el alma arrebatada. La última vez terminé quemando un episodio de mi existencia. En cuestión de segundos la había liquidado y algo en mí se murió. Y me sentí vacío. Y me arrepentí. Y lloré. Pero ya nada podía hacer. No hay software en el mundo que deshaga ese tipo de delete. Desde entonces había venido deslizando muy de cuando en cuando algún recuerdo en su interior, evitando abrir del todo esta caja de Pandora. 

Sí, tenía melena en los años 90. 


Mis libretas parecían calendarios, lleno de rojos (aplazos).







Ayer las circunstancias me obligaron a destapar este baúl de la memoria. Tras el traslado a mi nuevo hogar, llegó la hora de saldar cuentas con mis cachivaches. Me tomó más de una hora decidirme de una vez a aventurarme en las entrañas del cajón. Lo hice con temor, escudriñando tímidamente con las manos algunos de los objetos que respiran en su interior. Estaba sólo e irresponsablemente me puse a navegar por mis recuerdos: ya riendo ya empapándome de tristeza. Los efectos de tal acto de imprudencia me tienen despoblado y confuso. Es por ello que, en un arrebato catártico, he decidido compartir en la red trocitos de mi vida. 

El día que nació mi Kassandra este periódico se volvió un libro de dedicatorias.
Ni en el cuartel me libré de llenar cuadernos con tareas.
Una de las poquísimas ocasiones que reunieron a los hermanos Badani. Con gafas oscuras, mi padre.
Dark Vader en una de las carátulas de colegio.
Este cajón de la memoria ahora se encuentra bien archivado. Lo enclaustré en uno de los roperos y sobre su endeble estructura coloqué pesos que harán difícil que cualquier recuerdo escape de su interior. Se entreabrirá, de seguro, para recibir nuevos recuerdos que buscarán el descanso en su interior. El final de este baúl está atado a mi final. Cuando llegue la hora arderemos juntos cerrando para siempre el banco de la memoria. La verdad, no encuentro un final más sublime para este animal de madera que tanto atesora.

En el callejón de la Av. Saavedra formamos con mis vecinos un club de bicis. Todo un ejercicio democrático.














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