miércoles, julio 10

MI SEGURO DE SALUD ME MATARÁ

LA MASA ZOMBI, ADORMILADA, ESPERA LA APERTURA DE LAS VENTANILLAS EN LA CAJA PETROLERA
Si la enfermedad no te mata, tu seguro de salud sí que lo hará. No importa si estás afiliado al seguro de los petroleros, al de Caminos, al de los militares o a la Caja Nacional... Todas están en estado de coma; todas sufren de severas hemorragias de sentido común y humanidad. Escribir sobre el estado comatoso del sistema de salud en Bolivia requeriría tumbar todos los árboles de la Amazonia. Y ni así alcanzarían las hojas para plasmar tanto desbarajuste. Por suerte tenemos la vía virtual. Pero no pienso aventurarme a semejante tarea, pues terminaría con tremenda makurka biliar. Me centraré en apuntar al criminal sistema de "fichitas", una extensión de nuestras insaciables ansias por replicar la burocracia estatal en todas las facetas de nuestras vidas


Resumiendo. Si requieres ser atendido por un especialista de tu seguro (dermatólogo, neumólogo, neurólogo y demás olólogos) debes estar preparado para sumarte a la batalla que cada amanecer se gesta entre los "pacientes" y sus seguros. Debes, sí o sí, madrugar lo antes que puedas para intentar optar por alguna de las escasas fichas que son repartidas en los "centros de salud" para intentar ser atendido por algún doctor durante el día. 
En Cossmil (el seguro militar), por ejemplo, para las y los asegurados de la tercera edad existen sólo cuatro fichas por especialista. Así que abuelitas y abuelitos están forzados a taconear las calles antes de que salga el sol para llegar lo más antes posible a la fila que día a día se arma en el hospital de Miraflores. Su objetivo es luchar por adueñarse de una de las cuatro benditas "fichitas". ¡La mayoría debe salir de sus camas a las 2.00 de la madrugada  y esperar a la indigna repartija de "fichitas" que se inicia recién a las 7.00! Pero madrugar tampoco garantiza que uno pueda obtener la ficha. Muchos quedan con las lagañas hechas, lo que implica que al día siguiente deben realizar la misma travesía. Semejante trato a un enfermo, ¿es o no es criminal?

Esta mañana le tocó a mis huesos sufrir los fríos tan fríos de La Paz. A las 5.30 estaba en la calle rumbo a la Caja Petrolera para sacar una ficha para mi hija. La Petrolera está en Sopocachi. Sentí pena al pasar por la Caja Nacional -que se alza a unas cuadras de mi seguro-, y observar a las personas hacer fila en plena avenida 6 de Agosto. Su frío se sumó a mi frío y me causó aún más frío. "Por lo menos en mi seguro las filas se hacen bajo techo", me dije.
CERCA DEL NIRVANA DE LOS "PACIENTES", LAS VENTANILLAS DE FICHAS
Hacinados, una masa de zombis despeinados y arropados hasta con frazadas ya estaba dentro de la Caja Petrolera haciendo fila. Un maremágnum de olores me golpearon de inmediato. El hacinamiento era total. 
Los focos ahorradores, que apenas iluminan, sumado a la penosa situación de la infraestructura de la vieja casona de Sopocachi, terminaron por deprimirme. 
Cuatro ventanillas se convierten en el objeto del deseo de la masa somnolienta  Allí se encuentra la única oportunidad del día de obtener algo de salud, de saber qué está mal en tu cuerpo y tener la esperanza de curarlo. 
De pronto silbidos  Son las 6.15 y no se ha iniciado la repartija; algunos pendejos intentan "colarse". Les silban, les insultan, pero ningún funcionario de la Caja Petrolera se digna en aparecer. Claro, deben estar en sus casas aún por despertar.  15 minutos después se abren las ventanillas. Las filas comienzan su avance al estilo de la economía europea, toda una pereza. De rato en rato una voz desde la nada informa (decepciona) a los "pacientes" sobre las fichas terminadas. "Ya no quedan fichas para el doctor Castro, de Traumatología", grita. Y desde las filas se escuchan las quejas. "No puede ser, ¿llegué a las 5.00 y ya no hay fichas? ¿A qué hora voy a tener que venir?", suelta una señora que camina con dificultad.
"Ya no quedan fichas para Zapata en Pediatría", escucho mientras me acerco, al fin, a mi ventanilla: la 3. 
"Para el doctor Mamani, de Neurología", pido. 
"No hay", responde sin mirarme la dueña de las fichitas. "Tiene cirugía hoy", me lanza. 
"Bueno, entonces deme ficha para cualquier neurólogo, pues", me escucho rogar.
"No hay...; todos tienen cirugía hoy. Vuelva mañana nomás". "¡Siguiente!", sentencia.
Juro que intenté reaccionar. Quería aunque sea sacarle la lengua, seca y entumecida.  Pero no hice nada. La masa que estaba detrás mío, desesperada por obtener una de las fichitas, se encargó de ahogar mi voz, cerrarme la boca y expulsarme de la fila. 
Mañana a madrugar otra vez para morir un poco más en busca de  salud.

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