viernes, agosto 14

Nuestros edulcorados intelectuales

Decía Marcelo Quiroga Santa Cruz que hay dos formas de faltar a la verdad: mintiendo o callando. Esta última, aseguraba, es “más sutil y por ello altamente peligrosa. El soslayar la dilucidación de los grandes temas nacionales de manera sistemática es una forma de mentir”, sentenciaba este hombre del que tanto se habla y del que tan poco se conoce y lee. 

Lxs que callan son hoy mayoría, pululan entre nosotrxs. Están en el seno mismo de nuestras familias, en los círculos de amigxs y entre conocidxs. Pero en medio de este universo de afonías, es el silencio de la intelectualidad el que más abruma y lastima. Duele porque se trata de personas que –a pesar de su capacidad de generar pensamiento crítico- han decidido engañar(se) y callar. Creen que con su silencio evitan sinsabores, pero en realidad están faltando a la verdad y están traicionando su responsabilidad dentro de la construcción de la sociedad. Y lo peor, lo hacen en el momento en el que más necesitamos oír un contrapunto de voces.

Digo intelectual y me refiero, entre otros, al catedrático, al investigador, al profesional; al periodista, al escritor o al artista. Son ellos y ellas “el ojo de la sociedad”, como bien apuntaba Quiroga Santa Cruz. 

“Hay hechos que atañen a la vida de la comunidad que pueden –y de hecho son- desapercibidos para el común de las personas. Pero un intelectual está en la obligación de advertir aquello que pasa inadvertido para los demás. Y cuando advierte esto -una asechanza, una amenaza cualquiera, cualquier hecho que pudiera poner en riesgo la vida de la comunidad y su futuro- está en la obligación de decirlo públicamente y con todo el valor civil del que sea capaz”.

Marcelo tenía 33 años cuando soltó estas palabras en una conferencia en la Universidad Mayor de San Simón cuando nadie las esperaba. Él lo sabía. Es por eso que al iniciar la charla se disculpó ante el auditorio: “Aunque temo mucho no decir esta noche aquí lo que a ustedes les gustaría escuchar, temo mucho más todavía callar lo que debo decir”. 

Quien hubiera imaginado entonces que 16 años después Quiroga Santa Cruz sería torturado y asesinado, justamente por decir lo que pocos se animaban a decir. 

Vivimos otros tiempos, no cabe duda. Las amenazas a la opinión crítica y divergente no pasan por la vida misma pero sí por el veto de los poderes; una especie de “ley del hielo” social que puede provocar desde que no consigas pega, que tus amigos te dejen de hablar o que se trunque el financiamiento de tus proyectos. 

Nuestra intelectualidad opina, claro que sí. Pero su voz es edulcorada y esponjosa. Puedes leer a algunos de ellxs, por ejemplo, en las redes sociales. Escriben sobre banalidades; intentando ser políticamente correctos y evitando tocar a profundidad los temas “sensibles” para no caer mal. 

Están los que analizan la coyuntura cuando conviene. Aparecen fugazmente para cumplir con sus afines políticos: ya para dar palo al oficialismo ya para glorificarlo. Pero callan cuando el tema afecta los intereses de los poderes con los que comparte “línea”. Entonces desaparecen y así suman al silencio cómplice.

Los más callan por conveniencia (miedo, dirán algunxs; sobrevivencia, otros), otros simplemente lo hacen por que creen que el apoyar a una ideología o línea política significa defenderla por encima de cualquier consideración intelectual. Defenderla incluso cuando sus propias convicciones entran en contradicción. Entonces dan la espalda y callan.

Es triste constatar que amigxs con los que años atrás nos sumamos sin chistar a los postulados del proceso de cambio hoy se hacen a los locxs ante las profundas contradicciones que ahora eclipsan esos principios de transformación. Que las organizaciones indígenas estén divididas hasta el absurdo, que sus territorios estén amenazados por mega proyectos extractivistas o que preceptos como descolonizar, despatriarcalizar o garantizar un Estado laico sigan habitando en el abstracto parece no incomodarles. Que la autocensura se extienda dentro de los medios de información, que organizaciones de la sociedad civil con las que (muchos) crecieron en lo profesional se hallen amenazadas no les conmueve a romper el silencio. 

Apoyar el proceso de cambio implica asumir la responsabilidad de la crítica. Y esto no significa lanzarla como lanza envenenada ni asumir la palabra como una verdad absoluta, sino significa pensar en que es desde la apertura de espacios de reflexión que se puede gatillar a los ciudadanos y a quienes nos gobiernan para que construyan juntos sin mediar el cálculo político. 

Lambepotos hay demasiados ya como para que se sumen mentes que mejor contribuirían impulsando el debate sobre los temas que hacen a la médula del nuevo Estado Plurinacional. Es lo mínimo que se podría esperar de ellxs.

Y vuelvo al Marcelo de los años 60: “…con ese silencio todo intelectual, toda persona que tiene la obligación de discrepar públicamente –si hay razones para ello- está sumando a una campaña medrosa y condenable de silenciamiento de las verdaderas causas que explicarían la situación en que el país está hoy en día”.

El silencio de nuestros intelectuales está provocando que un grupo de fantoches se apropien de la palabra y de espacios que muy bien podrían servir para comenzar a construir nuevos paradigmas y para llenar de contenidos claros aquellos sueños que hoy parecen diluirse en la cultura del espectáculo politiquero. 

Romper el silencio que nos envuelve, hoy, es revolucionario.

2 comentarios:

Pedro Albornoz dijo...

Golazo.

Arturo von Vacano dijo...

Solo una pregunta: me ha leido este senior?
La prensa boliviana me censura desde 2006....
Movio alguien un pelo para ayudarme?
NOOOOOOO
Por que? Porque digo cosas grandes como casas....
Los lectores estan buenos para escribir cositas como esta o para chismear en Facebook... Pero protestar en serio? NADIE!
Lo que reclama este senior no es obligacion SOLO de los intelectualoides sino de CADA CIUDADANO...
Pero mas facil es refugiarse en Facebook y creerse revolucionario, no?