A cualquier cinéfilo joven le resulta familiar que han existido ancestralmente géneros denominados comedia, terror, bélico o western (aunque este lleve mucho tiempo en estado de defunción) pero le puede sonar a marciana la certidumbre de que en una duradera época se prodigaron etiquetas tan prestigiosas como cine político, social y de denuncia. Y se preguntarán cuáles eran los imprescindibles requisitos para inscribirse en esas temáticas. También la fe en que el cine podía ser utilizado como un arma para cambiar el mundo. Los posmodernos, esos impostores que no inventaron nada aunque supieran tanto del vacío vendible, se partieron de risa años más tarde ante esos planteamientos entre naifs y apolillados del cine militante. Y como todo en la vida, en esos géneros con vocación de trascendencia convivieron lo mejor y lo peor, el planfletario necio y el retratista complejo, el voceador de consignas esquemáticas y el intelectual en posesion de matices y capacidad para sembrar la duda.
El guionista Paul Laverty, habitual colaborador para bien y para mal en el siempre identificable cine de Ken Loach, y la directora Iciar Bollain, representan dos visiones del mundo, sensibilidades, formas de acercarse a la realidad, que estaban destinadas a encontrarse. El resultado en También la lluvia destila cosas buenas, matices, verosimilitud, sentimiento, las mejores esencias de ese cine político que dejó de estar de moda hace tanto tiempo.
Cine dentro del cine
Hay varias historias en esta película, incluida esa tan arriesgada del cine dentro del cine. Todas ellas funcionan. adquieren sentido al mezclarlas. Está la del rodaje en Bolivia de una concienciada película que reconstruirá el expolio y la legalizada barbarie que sufrieron los indígenas cuando las carabelas de Colón desembarcaron en América, la rebelión de éstos ante el tributo en oro que les exigen los civilizados depredadores, la protesta ante la voracidad de los colonizadores y la indefensión de los nativos del cura Bartolomé de las Casas. Le acompaña el retrato sicológico de la gente que está haciendo esa película, sus relaciones con la población indígena que actúa como secundaria y extra a precios tercermundistas, los tormentos internos y las dificultades externas para lograr que esa ficción que reconstruye un pasado atroz pueda llegar al final en medio de las tensiones ambientales, el dilema y el desgarro del posibilista productor, el angustiado director y los acojonados o dignos actores protagonistas al ser obligados por las circunstancias a tomar partido entre el arte y la realidad. La tercera historia se centra en el grito popular y las manifestaciones en Cochabamba contra la privatización del agua concedida a una multinacional, acaudillada por un indio que interpretaba en la película al lider indígena que se sublevó contra los invasores españoles.
El tema es suculento para las tentaciones de maniqueísmo, algo contra lo que no tengo prejuicios si es inteligente, si logra convencerme de que existen los buenos y los malos. Pero aquí tampoco aparece. Sí las luces, sombras, dudas, miedos, huidas, miserias, coraje , paradojas y contradicciones de los que pretendiendo denunciar mediante el arte atrocidades del pasado descubren que en la vida real y en su presente se está repitiendo la antigua tragedia de los eternos perdedores.
También la lluvia es algo más que un retrato digno acompañado de inmejorables intenciones. Es una buena y compleja película. Iciar Bollain cree en lo que está contando y lo sabe transmitir con talento.
Texto: Carlos Boyero, publicado en El País de Madrid
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