Hace siete años La Razón abrió sus puertas a un "joven" sin ninguna experiencia en las arenas del periodismo... Ese "joven" era yo, cuyo único talento entonces era el de hilvanar palabras con alguna coherencia. Han pasado siete años desde aquel día en que mi vida cambió radicalmente (¡de barman a redactor! ¿Quién diría?).
Hoy ha llegado la hora de hacer una tregua con las grabadoras, las cámaras, los enfoques, las letras, los párrafos... Es momento de abrir un paréntesis en mi carrera —corto, espero—, impulsado por decisiones personales que, para ser sincero, no sé a qué puerto me llevarán a encallar. Decisiones, sin embargo, inevitables y honestas que vuelvo a reafirmar; aunque admito que ya han conmocionado las pequeñas vidas de las personas que más amo: Kassandra y Natalia, mis hijas, y que han despertado el desprecio de María René, la mujer que soportó estóicamente mis desvaríos durante 10 años.
Fueron las salas de Redacción, Armado, Fotografía y Corrección las aulas donde me formé en el periodismo. No fue una tarea sencilla. Las canas de muchos de mis jefes —y algunos entrevistados— así lo pueden corroborar. Aún me acuerdo como al comienzo los correctores se peleaban por no revisar mis páginas y el ceño fruncido de Grover Yapura (entonces Jefe de Redacción y mi primer gran mentor) cada vez que saltaban en la página impresa de la mañana los errores de precisión en mis textos. "¡No me falles, pues; carajo!", me increpaba luego. Me sentía tan pequeño al lado de su talento... Espero no haberte defraudado, jefe.
La verdad es que no pensé durar más de tres meses en el puesto. Era editor de Cultura del mejor periódico del país. ¿Qué podía aportar a este coloso un aspirante a escritor de cuentitos y poesías lacrimógenas, alguién que ni siquiera sabía los significados del 'lead' y del 'enfoque'?
Había sido la desesperación de Miguel Vargas (por dejar la editoría de Cultura) y la aflicción de Claudia Daza (por ayudar a un vago con dos wawas bajo el brazo) las que me llevaron hasta Auquisamaña.
"¿Oye, no quieres ser periodista?", me preguntó Claudia por teléfono.
"¿De esos que escriben en los periódicos?... Ya pss.", le respondí. Y mis pasos se dirigieron por primera vez a aquel intimidante galpón.
Nunca imaginé lo que me esperaría... Una aventura inigualable de siete años que dejaría como 'piojo tuerto' las locuras que había hecho hasta entonces.
Como periodista he recorrido todo el país, he llegado a rincones de Bolivia que ni siquiera aparecen en los mapas. He conocido personajes maravillosos: desde un ermitaño en medio del altiplano potosino, hasta un 'comevíborasvivas' en la Amazonía. He dormido tanto en hoteles cinco estrellas de metrópolis sudamericanas como en payasas gélidas del altiplano. He sido perseguido por gallos asesinos, atacado en Santa Cruz por colonizadores collas y por autonomistas cambas —ambos el mismo día—. He sido tachado de 'frejco' (homosexual) en Pando por refrescarme, sin saberlo, en las aguas de la 'Laguna del amor' junto al fotógrafo Pedro Laguna, y de acosador por fotografiar a una bella pelada reyesana que, minutos antes, me había regalado una sonrisa y que para mi desgracia había sido la hija del Alcalde.
He comido desde tatú hasta cocodrilo. Mis pies han sido bañados en orín para evitar, según la creencia de los cavineños, que el tétanos afecte una herida. Y mis nalgas soportaron la aguja de la jeringa impulsada por las benditas manos de Miss Santana de Yacuma 1995, para lograr el mismo efecto (Me quedo con las manos de la miss).
He cubierto eventos históricos como la llegada de Evo Morales al poder, el nacimiento de la nueva Constitución y el drama de las inundaciones en Beni. De todas me quedo con la historia del talabartero que hasta el último suspiro de su vida luchó para que su oficio no muriera con él; lamentablemente perdió la lid. Y es que las historias de los que fracasan siempre me parecieron más interesantes.
Confieso que he llorado, tanto al llegar a la cumbre del Huayna Potosí como ante la terrible soledad del molinero de Ayata, devastado mentalmente ante la locura del desamor.
Pero lo más importante, sin duda, ha sido la gran cantidad de amigos que he cosechado en el camino.
Nada hubiera logrado sin la guía de Mabel Franco (cuya experiencia debería ser traspasada a los estudiantes universitarios), de Mery Vaca (quizás la mayor pérdida que ha tenido La Razón), de Patricia Cusicanqui, de Liliana Carrillo, de Miguel Vargas, de Álex Ayala, de Eduardo Chávez y de decenas más de editores que han pasado por el galpón sureño y que, sin saberlo, han forjado mi camino. En ese sendero hubieron pérdidas que se robaron parte de mi corazón, como la de Edil Dávalos e Ingrid Rojas, la del corazón atómico, cuya muerte aún no puedo comprender.
Debo decir, sin embargo, que me quedo con La Razón de antaño, incluidos (aunque suene masoquista desde mis labios) los Rochas. Esa Redacción tenía alma y esencia, cualidades hoy dormidas en Auquisamaña.
Con todo, nada me quitará lo aprendido junto a mis compañeros. Por ejemplo, que no se puede ser un buen periodista si no se está arropado por la humildad. Y tampoco se puede serlo si la historia que uno cubre no llega a impresionar las fibras del que escribe. Porque entonces, ¿cómo podría el texto impresionar al lector? Somos, pues, contadores de historias, como bien lo define el Vargas. Y como historia personal, la mia con La Razón aún tiene muchas páginas aún por ser escritas.
Sólo queda decir: gracias La Razón por transformarme en un mejor hombre y convertirme en un contador de historias.
6 comentarios:
Buena suerte. Lástima que el mejor periódico ya no se ése. Desde hace tiempo.
Soy de la Ag Loayza, buen trabajo Javier, me quedo con la última parte, lo de falta de alma y corazón, eso es verdad, suerte compañero
Suerte en tus nuevos destinos!
Un abrazo,
Ana Rosa
Qué macana cumpita, ojalá esas razones sean más fuertes ya valederas para dejar tan rico oficio y se te va a extrañar jodido, mucho más esa veta fotográfica que estaba dándose a conocer. Ni modales... todo el éxito del mundo colega, gran colega... y hasta pronto, porque todo da vueltas.
RS
Pd. Ojalá no abandones esta wawa para seguir atando sueños.
No tuve la suerte de connocerte y menos trabajar contigo, pero si pasé por la misma escuela y coincido que La razón fue "mi casa Grande" y aprendi mucho...y conoci a mis mejores aqmigos..un saludos
Carlos Arce Moreira
Hola joven, todavía te seguiremos debiendo las cervezas -por la escritura.
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