"RECLINADO SOBRE MI TUMBA", AUTORETRATO DE PÉREZ ALCALÁ ELABORADO EN 1992 |
“Lo único que pido es morir con el último brochazo”, me dijo Ricardo Pérez Alcalá el 2005. Lo entrevisté en su casa del barrio de Aranjuez y esa charla, que se prolongó hasta la medianoche, me marcó. Pérez Alcalá era mucho más que un pintor, era un pensador que plasmaba su filosofía dentro y fuera del lienzo. Hoy el maestro potosino nos dejó y como homenaje a su figura comparto la nota que salió en la entonces flamante Tendencias, de La Razón.
No pudo encontrar mejor lienzo para desarrollar su creatividad: la espalda morena de Cirila, su nana. Cargado por la robusta mujer indígena, las afiladas uñas del niño de dos años comenzaron a recrear el mundo que lo rodeaba. Braseros, calderas, ollas, escobas..., todos los objetos domésticos de su hogar se plasmaron por años en la piel canela de Cirila, a través de tímidos trazos blanquecinos.
Esos son los primeros recuerdos de Ricardo Pérez Alcalá, evocaciones que se entremezclan con las añoranzas de colores ocres y olores caseros del lugar donde nació en 1939: la finca Corincho, de la localidad histórica de Tumusla —donde se desarrolló la última batalla de la Independencia—, en Potosí.
A diferencia de la historia de la mayoría de los grandes artistas, que se vieron obligados a nadar contra corriente en pos de hacer realidad sus sueños artísticos, Pérez Alcalá fue “forzado” a seguir la senda del arte; hecho que hoy, a sus 66 años, el reconocido pintor agradece “infinitamente”.
El destino del acuarelista se selló a temprana edad, a los nueve años, cuando el director de la escuela Alonso de Ibáñez, después de observar uno de los retratos elaborados por Ricardo, batalló hasta inscribir —con su propio dinero— al joven dibujante en la Escuela de Bellas Artes de Potosí.
Ese día, “mi profesor (Enrique Murillo) me esperó a la salida de la escuela y de la mano me llevó hasta la institución académica para matricularme”, recuerda quien también es arquitecto.
“Felizmente para mí, mis padres fueron indiferentes a ese hecho”, comenta el retratista, mientras sus dedos frotan con urgencia la espesa barba canosa.
El crítico más entusiasta con el talento del joven artista fue un vendedor callejero de botones, espejos y carretas de hilo, quien ofreció al adolescente promocionar todos sus trabajos, entre el resto de la mercadería, con el objetivo final de partir las ganancias de la venta “a mitas”.
“Pintorcito eres, ¿no?”, le espetó. “Tráete un cuadrito pues, yo te lo voy a vender”, ofreció convincente el improvisado marchante.
La más emocionada con la propuesta fue la hermana mayor de Pérez Alcalá, Natalia, quien presurosa ayudó a enmarcar —con papel engomado— el primer óleo de su hermano: un cuadro donde el novel pintor representó dos solitarias salteñas, custodiadas por la sombra de una botella de cerveza y un vaso a medio servir.
“¿Salteña con cerveza?”, habría cuestionado con ironía el vendedor, mientras acomodaba la pieza de arte sobre un montón de botones color rosa. La obra se vendió en menos de dos horas y desde entonces Natalia, la compañera de juegos del artista, se convirtió en la representante oficial de Pérez Alcalá en el mercado de Potosí.
Luego de culminar su aprendizaje en Bellas Artes —lo que hizo a la par de sus estudios de bachillerato—, el artista potosino buscó ampliar sus horizontes.
Con 18 entusiastas años, Ricardo Pérez Alcalá se trasladó a La Paz para iniciar sus estudios de arquitectura en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
“La arquitectura es la madre de las Artes”, apunta el artista, aunque confiesa que en ese período el desarrollo de su pintura quedó relegado, debido a las exigencias de la universidad y el trabajo.
A pesar de que, en más de 30 años, el artista introdujo tendencias y revolucionarios diseños a la obra arquitectónica del país, la población desconoce que él es responsable de obras muy visibles.
Entre los trabajos arquitectónicos del profesional se encuentran, en La Paz, las infraestructuras de la Piscina Olímpica y la Normal Superior Simón Bolívar, en la zona de Alto Obrajes, y de la iglesia Corazón de María, en Miraflores.
“Todo el mundo me vilipendia diciendo que yo no soy arquitecto”, se queja el proyectista y sostiene que en Bolivia “nadie sabe ni tampoco quiere conocer” la obra de sus artistas e intelectuales. “No hemos aprendido (los bolivianos) que se puede vivir sin el arte, pero no se puede ser sin el arte”.
Será por eso que los recuerdos más gratos que atesora Ricardo Pérez Alcalá provienen de los 15 años que vivió en México, país donde llegó a ser el artista extranjero más cotizado y donde su obra pictórica recibió importantes premios y elogios a raudales.
“Toda mi obra estaba vendida en las galerías y tenía la libertad de expresarme como yo quería y creía”, evoca el pintor al recordar que su salida de Bolivia se debió a una profunda depresión, luego de que se instalaron en Bolivia los gobiernos dirigidos por la cúpula militar.
“Yo no fui perseguido por las dictaduras, pero fui testigo de los violentos asaltos a los talleres de (Enrique) Arnal y Gíldaro Antezana”, precisa el acuarelista, que retornó al país en la década de los 90 para presentar el proyecto del monumento El faro de Ilo, escultura en hierro que luego construyó en las playas del puerto boliviano, cedido al país por el Perú.
Surrealista, realista mágico, hiperrealista..., son varias las etiquetas en las que la obra pictórica de Pérez Alcalá ha sido enmarcada. Él prefiere ser considerado como “un simple pintor que retrata la realidad de lo que ve”.
Más de 6.000 pinturas y 4.000 bocetos de arquitectura resumen la carrera del potosino, que añora las 17 horas diarias que dedicó en los años 70 y 80 a la creación artística. Ahora llegan a cinco.
“La edad, la salud y la falta de incentivo no me permiten trabajar como antes. Pero creo que he cumplido con la meta que me fijé a mis 12 años: 'voy a aportar algo a la humanidad', dije, y me convertí en pintor”, concluye el profesor de Pintura de la Escuela Municipal de Artes de El Alto.
Sin embargo, el maestro no deja de hilvanar nuevos proyectos: una pintura inspirada en la muerte de Juan Pablo II es el más ambicioso.
“Lo único que le pido a la vida es morirme con el último brochazo”, masculla quien dice gustar de “los colores imposibles”, mientras sus ojos se pierden en uno de sus autorretratos: Reclinado sobre mi tumba.
La faceta poética de Pérez Alcalá
Este es el lugar del hombre
que llegó de lejos
y está parado.
Aquí está el rincón
de la habitación
del hombre que llegó de lejos,
ilegal y desocupado.
Aquí se encuentra la humedad del rincón del hombre
con toda su carga,
agobiado.
Este es el lugar del hombre
que llegó de lejos
con todo el lastre sobre
los hombros,
la cabeza y el alma.
En sus manos lleva monos,
en sus hombros hembras,
en su vientre un buitre.
Arriba a la izquierda,
un búho que gotea
como reloj.
Abajo un par de sapos
compañeros.
* Fragmento del poema “Este lugar”.
1 comentario:
Me parece, con todo respeto, que el título de este artículo es equívoco y erróneo. Mi padre, Ricardo Pérez Alcalá, en ningún momento fue obligado a ser artista como se señala, muy por el contrario él sintió una gran vocación por el arte desde muy temprana edad y a los 12 años juró en una calle de Potosí ante sus compañeros que sería pintor (artista) toda su vida. Por lo tanto nadie lo obligó ni mucho menos, fue su temprana vocación la que lo llevó a serlo y su fidelidad con el arte. Todo esto nos comentó él a sus hijos y familia.
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