martes, abril 8

EL KENCHA SOY YO!!!

Primer equipo del Tigre, en 1908. Copiado del archivo del Proyecto Tuja.

“¡…y encima eres un kencha!” gritó antes de tirar la puerta y desaparecer de mi vida. Su partida terminó archivada en el anecdotario del tiempo, pero sus palabras aún suman averías. Habíamos salido del estadio y el equipo había perdido un partido clave. Que si el director técnico era el culpable; que si los jugadores eran unos “pata dura”… Poco a poco nuestras discrepancias en torno a las causas de la derrota subieron de tono, se mezclaron con antiguos rencores y terminaron con la puerta estrellándose en mi nariz.

El Tigre había perdido.

Mi chica se había ido. 

¡Y el kencha era yo!

Los siguientes dos partidos que fui a ver a The Strongest, el equipo terminó sufriendo  una derrota y un empate como local. Traicionando todo raciocinio comencé a dejarme llevar por la parte más emocional de mi cerebro y dudé de mí mismo. Me empeciné en hallar algún recuerdo que me llevara a vislumbrar mi presencia en el estadio en alguna victoria atigrada, pero no lo logré. Mi cerebro parecía haber engullido todo registro y yo no hacía más que preguntarme en qué momento había abierto la puerta para dejar que la superstición devorará mi raciocinio. 

Hasta entonces un gato negro cruzando por mi vera, la llegada del viernes 13 o pasar debajo de una escalera eran simples anécdotas. Jamás me había procurado patas de conejo y otros fetiches de la fortuna para aferrar mi cuerpo a la buenaventura. Pero ahora me enfrentaba a extrañas circunstancias. ¿Podía ir al estadio sin arriesgar a mi equipo? El siguiente fin de semana así lo hice y desde las graderías de Popular terminé siendo testigo de la caída de The Strongest frente al colero de la Liga. 

¡Kencha! ¡Kencha! ¡Kencha!

Entonces mi maldición se selló y se inició mi paulatino desarraigo de las graderías del estadio. Pronto el desgarrar la garganta para sumar la desafinada voz al coro que alienta, perder toda compostura ante el caprichoso balón que vuelve a pegar en el palo y abrazar al desconocido de al lado para celebrar el gol salvador se convirtieron en dichas vetadas. Condenado a vivir las glorias de The Strongest desde un radio transistor, de los últimos 8 campeonatos obtenidos por el Tigre, “0” es la cantidad de veces que lo viví en un estadio. 

Pero aquí estoy, parado frente a esta boletería del estadio Hernando Siles, a punto de poner a prueba la invensibilidad de esta maldición. Son las 14.30 y el Tigre está por hacer historia. Estoy seguro de ello porque así lo soñé hace 18 días atrás, el 4 de diciembre de 2013. Y por más novelesco que suene puedo asegurar que cuando uno de esos asaltos nocturnos llega a sobrevivir el nuevo día intacto dentro de mi memoria, lo más seguro es que -para bien o para mal- se hará realidad. Y la visión del “Pájaro” Escobar presentando ante la hinchada atigrada la copa del torneo Apertura 2013-2014 es tan vívida hoy como lo fue aquella reveladora noche. 

“Soñé al Tigre levantando la copa. Digan si no es una señal”, escribí la mañana siguiente de aquella visión. Y pronto mi estado de Facebook se convirtió en un “atrapa burlas”. Y no era para menos. Si de algo estaba lejano The Strongest a finales de noviembre era del campeonato. Para la prensa y otras ramas afines la copa se la disputarían San José y Bolívar. El Tigre estaba puntos abajo y por ello habían lapidado su posibilidad de dar la vuelta olímpica. 

Esos augurios se fueron al traste partido a partido. The Strongest comenzó a sumar puntos hasta posicionarse entre los punteros del certamen. Habían tocado el orgullo atigrado y ante tal afrenta no quedaba más que, dentro y fuera de la cancha, insuflar esa energía colectiva que siempre termina impulsando la garra atigrada. 

Pienso todo esto mientras tímidamente me sumo a la fila de la boletería de General. Hay unas ocho personas delante de mí. Uno de ellos es un adolescente que viste los colores de Real Potosí, el adversario de turno. Me sudan las manos y evalúo posibilidades. Es la última jornada de la Liga y al Tigre sólo le sirve ganar y esperar que Bolívar sufra un tropezón en su partido con Nacional Potosí, en Potosí. La razón dice que los celestes tienen todo el viento a favor para ser campeones. Animados por su última victoria, sus dirigentes exudan un exitismo que raya en la soberbia. Nada de eso me preocupa; bien sabido es que el ajayu atigrado no se guía por la razón sino más bien por la pasión. Pero no puedo decir lo mismo de esa fuerza oscura que años atrás me obligó a salir del estadio. ¿Acaso mi kencherío ya era historia? ¿Era mi sueño suficiente señal de ello? ¿Es que podía arriesgar a mi equipo para comprobarlo? 

Mientras avanza la fila vuelvo a la noche en que se me reveló la hazaña atigrada. Me urge vislumbrarme dentro de aquel sueño que me ha traído hasta aquí para desafiar mi mal agüero. Intento identificar mi rostro dentro de la extasiada multitud mientras el "Pájaro" alza la copa. Cierro los ojos para encontrar mi cuerpo fundido en celebración con el cuerpo de algún hincha desconocido. Me adentro una y otra vez en la sucesión de desordenadas imágenes que brotaron aquella noche. Pero por más que exploro no me encuentro. Mi sueño no me pertenece.

Salgo de la fila, enciendo la radio del celular y me alejo arropado por el bullicio del coloso de Miraflores.

* Cuento de mi autoría publicado en el libro "4 de5, el Tigre te mata". Hoy The Strongest celebra 106 años de vida.

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